Pelotas - de Martín Glade
Nunca me había pasado. De eso estoy seguro, cómo olvidarlo. La mano vino así: Temperley-San Telmo, sábado 11 de junio de 1984 a eso de las cuatro de la tarde en la cancha de El Porvenir. Al lado, Vito. Un poco a la derecha, los "locos por el cele". Estaban todos, Pachu, el flaco Erba, el gordo abogado, el doctor pelado y su camperita, y alguno de los otros. Un rato antes, miles de papelitos de todos los tamaños y tipos (hasta páginas de La Semana de 1982) habían saludado la salida de los once de Temperley. Y esta vez todo había salido bien, y no como por la primera rueda, cuando por confundir las camisetas el millón de simpatizantes celestes había malgastado su esfuerzo en los desahuciados de Telmo. Esta vez todo iba bien.Y cuan bien marcharían las cosas que hasta ganábamos uno a cero, y cómodos. En el segundo tiempo, con el resultado asegurado, el partido controlado, y los ánimos esperanzados, uno de los nuestros, Alvarez, la miró fijo, la calculó bien, le apuntó firme, la interceptó decidido, y la golpeó con más ganas aún. Como era lógico luego de tanta dedicación, la pelota salió despedida para el lado en que se encontraban (nos encontrábamos) los locales otra vez. El iufff del impacto se escuchó de lejos. De casualidad el balón le apuntó al corazón de los "locos", daba vueltas sobre su eje, despacio, como en cámara lenta, como buscando quedar en el pecho de cualquiera de los hinchas a los que les gustaría sentirla como propia. Los gajos embarrados se mostraban a quien quisiera verlos. Yo era uno de esos.El -¡ guaaaardaaaaaa ! salió de varias gargantas, que con un poco de mala suerte la podían recibir como al maní lanzado al aire con el único fin de lucirse ante si mismo y los demás presentes (si son del sexo anti-fútbol mejor). Nunca voy a poder olvidar el trayecto, la prestancia, el tamaño, el color, la fuerza, la dirección, el ruido, el alma que traía esa pelota con destino de tribuna. Nunca. Era imposible que llegara a mis manos, pero algo (creo que su corazón) quiso que el milagro se produjera en el reino de los hombres. Varias manos se alzaron para evitar que el impacto les produzca alguna dolencia, que les ensucie el resto del cuerpo. Ella sabía que yo la embolsaría, la adoptaría, la besaría. De nada importaba que no fuera la misma que cabeceó Llanos para meter el gol (esa ya estaba en manos de otras manos). Era la pelota con la que se estaba jugando y era lo que valía.De pronto, las manos no la retuvieron ni la rechazaron, no la desearon ni la odiaron, sólo les ofrecieron la superficie justa como para que rebote hacia otras manos. Pero las mías estaban imantadas. Y pasó lo que tenía que pasar. Luego de otro ruido, de otra imagen imborrable, al fín, vino hacia mí. Con todas mis manos, con todas mis ganas, con toda mi historia, con todo mi futuro, la abracé, la cobijé, la adopté, la mimé. Fue uno, a lo sumo fueron dos, o tres, los segundos que estuvo conmigo, en mí. Pero fueron suficientes. El objetivo estaba cumplido, el partido podía terminar, el día podía acabar, el tiempo podía desaparecer. Todo estaba cumplido. Que justo cuando se la iba a ceder a uno de los jugadores para que la empiece a castigar nuevamente me la hayan quitado de atrás es un detalle. Que luego su destino haya sido una cuchillada para que se desinflara y pasara a una familia, tambien. Pero nada me quita (ni me quitará) su recuerdo, su textura, su ruido, su sangre barrosa en mis manos, su tamaño, sus cicatrices, el comentario de mi viejo (que imaginé), su espíritu. Un paso estaba cumplido. Cada vez falta un poco menos.
Etiquetas: Cuentos
1 Comments:
At 10:36 a. m., Anónimo said…
que grande chueco, muy lindo cuenteo!!! Fede
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