Cuentos Celestes

Cuentos Celestes

Un sitio donde transmitiremos relatos y cuentos vinculados a nuestro club o simplemente, aunque no tengan nada que ver, otros que nos gusten

miércoles, septiembre 10, 2008

El Ocho era Moacyr de Fontanarrosa

El que tiró la primera piedra fue Ricardo, apenas después de haberse ido el tipo.
—Che… ¿quién es este coso?
—No sé —contestó el Zorro.— ¿No es amigo tuyo?
— ¿Mío? No. Estás en pedo vos.
—Es amigo del Colifa —aportó el Pitufo—, certe­ro interrumpiendo una conversación que sostenía con una rubia de rulos de la mesa vecina. Tenía eso el Pitu, podía mantener varias conversaciones a la vez, quizás porque no le gustaba verse marginado de ninguna.
En eso llegó el Colifa.
—Che…—le preguntó Ricardo—… el flaco ese que se fue ¿es amigo tuyo?
—¿Qué flaco? —frunció la cara el Colifa mientras se sacaba la campera y la bufanda.
—El flaco… El “Sobrecojines”.
—Ah no… —se rió el Colifa.— Yo no lo conozco.
El hombre, el que se había ido, había tenido la desa­fortunada ocurrencia días atrás, en una de sus pocas in­tervenciones en la charla, de decir que manejar el último modelo de Renault era sentirse como “sobre cojines”. Se habían hecho todos los pelotudos pero la cosa quedó registrada.
—¡Yo creí que era amigo tuyo! —se rió el Pitufo.
—Yo no lo vi en la puta vida.—Pero… ¿Lo conocés?—Sí. De acá, ahora.
—Entonces… —insistió Ricardo, casi amenazante.
— ¿Quién lo trajo a la mesa?—Qué sé yo.
Nadie sabía. Pero no era muy extraño. En “El Cai­ro” era así. De pronto uno se encontraba sentado junto a alguien desconocido que, tal vez por varios días se integra­ba a la mesa y luego desaparecía tan silenciosa y misterio­samente como había llegado, o reaparecía en alguna mesa lejana, con otra gente asimismo desconocida, y dispensa­ba un saludo desde allá atrás, al voleo, de cortesía.
—Por ahí alguien se lo dejó olvidado —aventuró el Zo­rro.
—Eso. ¡Vaya a saber desde hace cuánto tiempo ha es­tado sentado acá el pobre tipo!
—Yo creía que era amigo tuyo —señaló Ricardo a Belmondo— y ahora resulta que no lo junta nadie.
—¿Mío? ¿Porqué? Ricardo frunció la nariz.
—No sé —dijo— lo veo muy fino ¿no? El Zorro captó la cosa de inmediato.
—Muy delicado. ¿No es cierto?
—¿Puto, decís vos? —se rió Belmondo. Después se es­candalizó.
—¡Qué guachos de mierda!—Como te mira mucho… —siguió Ricardo—.. qué sé yo… yo pensaba…
—Medio trolo el muchacho —sentenció el Zorro.
—¡Mirá que hay que ser hijos de puta! —dijo Belmon­do.
— Como el tipo es serio, es educado, es un tipo correc­to… para éstos ya es un comilón.
—Muy fino, muy fino. Demasiado.
—Para mí que a vos te tira la goma —opinó el Colifa, mirando a Belmondo.
—¡Qué hijos de puta! —se tomó las manos Belmondo.
— No se puede ser culto acá.
—Si te mira y se relame, Bel… —le informó Ricardo.
— A Moreira lo manoteó el otro día.
—Sí —defendió Belmondo— no te le agachés adelante.
—¿Qué lo defendés? ¿Qué lo defendés? —pareció ofen­derse el Pitufo
— ¿Tenés algún interés creado con ese tipo?—Para mí que se la lastra —meneó la cabeza el Zorro.
— ¿No viste a Pedrito cómo lo relojea también?
—¿Quién, che? —Pochi había llegado, enganchando las últimas palabras mientras acercaba una silla para poner la campera.
—El flaco alto, el “Sobrecojines”.
—¿Qué pasa?—Que es muy sospechoso, medio rarón ¿viste? —el Pitufo reunía la punta de los dedos de su mano derecha frente a la boca haciendo el gesto universal de comer.
—¿El elegante? —exclamó el Pochi, sentándose.
— Muy puto. Tragasables del año uno.
—¡Qué hijos de puta! —volvió a reírse Belmondo.
— El otro pobre tipo…—Traga la bala —siguió el Pochi, serio.
— Es más… creo que lo vi levantando machos en Zeballos y Buenos Aires.
—El otro pobre tipo —siguió Belmondo— es un buen tipo…
¿Cuál es el problema? Que empilcha bien, que toma whisky…
¿Cuál es?—Oíme… —dijo Ricardo.
— ¿Cómo va a venir acá de chaleco?—¡Dejame de joder! De chaleco.
—Y bueno, laburará en un banco. ¿Cuánta gente de la que viene acá labura en un banco?
—No. Y esa corbatita que usa. La rosita…
—Yo lo que te digo —siguió Belmondo— es que yo no me le agacharía adelante.
—Por ahí te empoma.
—Te empoma.—Tiene su pinta el hombre —estimó el Zorro.
—Y muy coqueto, se la pasa arreglándose la corbatita…
—Es buen muchacho, che, no sean hijos de puta….
Claro, el tipo en cuestión había aparecido un día en la mesa, tal vez abandonado por algún amigo común, tal vez ingresado en la charla por medio de esas presentaciones vagas y generales, “che, un amigo”, de inclinaciones de cabezas cortas y distraídas. En verdad, vestía bien, o al menos demasiado formal para el nivel medio, y participa­ba poco de las conversaciones. Asentía, a veces metía algún bocadillo, sonreía a menudo, algo distante, mirando hacia la calle, arreglándose la corbata a cada rato (era cierto). Tomó notoriedad el día que pidió un whisky. “Blenders” dijo, con pronunciación cuidada y Moreira lo miró como si le hubiese pedido un plato asiático. “Mirá que vale casi un palo, macho” le había advertido el mozo, cosa que al tipo pareció no inmutarlo. Y entre el sembradío de pocilios de café, vasos de agua, alguna taza de té o mate y servilletitas de papel arrugadas, el generoso vaso de whisky con hielo parecía un paquebote entrando a puerto rodeado de remolcadores diminutos y oscuros.
Otra cosa había sido lo del polo. Vaya a saber cómo sa­lió la conversación sobre polo, quizás por una joda, quizás por alguna película, lo cierto es que el hombre, por pri­mera vez se metió en serio, lideró la charla, habló de los Harriott, de los Dorignac, de handicaps y de poniers con una exactitud sobria y una información sólida. Y al final, cuando ya la charla había derivado inopinadamente hacia el automovilismo, la cagó con lo de “sobre cojines” que se encendió como una luz equívoca y sospechosa en los radares de todos.
—Yo no sé… —advirtió Ricardo, rascándose la espal­da—… pero vos, Belmondo, cuidate.
—Sí —admitió Belmondo— porque que me rompan el orto a esta edad…
—O que le tengas que hacer los deberes al muchacho.
—Te digo que si viene mañana yo me corro.
—Sí. A ver si te agarra de la manito y te lleva para el ñoba.
Pasó un tiempo y el parroquiano desconocido no apor­tó por “El Cairo”. El día en que apareció estaban el Pitufo, Belmondo y el Pochi, nada más, conversando. El hombre se desprendió el impecable saco marrón oscuro del traje, dijo un “qué tal” y se sentó medio mirando para la puerta de Sarmiento y Santa Fe, girando un poco nervio­samente el cuello, como un pollo, estirando el mentón, para acomodarse el cuello de la camisa.
—El cinco era Ramacciotti —decía el Pitufo.
— Eso seguro.
—El cinco era Ramacciotti.
No me acuerdo el tres —dijo Belmondo aún con la mano izquierda cerrada, el pulgar arriba y los ojos entornados.
—Ditro. El tres era Ditro —aseguró Pochi— que des­pués fue a River.
—¡Eso! Que después fue a River.
—Bueno. Entonces tenemos… —resumió el Pitufo—… Moreno, Valentino y Ditro.
El cuatro ese que no nos acor­damos, Ramacciotti y Malazzo…
—Canceco, Pando, Carceo, González y Sciarra —recitó de un tirón el Pochi.
—Pero… ¿Cómo mierda se llamaba ese cuatro, la puta madre que lo reparió?
—¿Será posible?—Era un nombre corto. Un nombre corto como… Suárez, Blanco…
—No. Blanco era un cuatro que jugó en Racing. Buen jugador.
—Pero… —se ofuscó Belmondo—… un tipo muy juna­do… ¿Cómo carajo…?
—No me voy a acordar… No me voy a acordar… —dijo el Pitufo.
—Nos va a pasar como la otra vez con Della Savia.—¿Te acordás? Yo no pude dormir en toda la noche.
—O con el negro Marchetta.
Pasó una semana hasta que me crucé por la calle con Rafael, me agarró del brazo y me dijo, nada más, lo único que me dijo: “Marchetta”. “¡Marchetta, la puta que lo parió!” dije yo, y seguimos cada cual por su lado.
—Una noche, a la madrugada, me llamó el Pelado desde Barcelona para preguntarme quién era el ocho de aquella delantera de Ferro con el Cabezón Juárez, Acosta, Lugo y Garabal.
—Berón.
—Berón.—Pero a mí, esto, ya me cagó la semana —se reubicó el Pochi.
—¡Pero si hasta me acuerdo de la pinta que tenía —se enardeció Belmondo— uno bajito, narigón, feo…!
—¿Martín? ¿No era Martín?
—No, Martín era de Chacarita.
—Bajito, narigón, feo…
—Sí, pero no era Martín. Martín era de Chacarita y después fue al equipo de José.
—Moreno, Valentino y Ditro… —repasó el Pitufo—… tatatá, Ramaciotti y Malazzo…
—¡Concha de la lora!
El hombre, que había seguido silenciosamente la con­versación, con una actitud entre divertida y ausente, se acomodó en la mesa y dijo:
—Sainz.
—¡Sainz! —pegó con la palma de la mano el Pitufo sobre la mesa
— Sainz la puta que lo reparió.
—Sainz, mirá vos lo tenía en la punta de la lengua.Claro… te decía que era un nombre corto.
—Sí, pero a mí me salía Suárez, Murúa, Aguirre, qué sé yo…
—No, Murúa era el de Racing. Marcador de punta, también. Grandote.
—Sainz —continuó el tipo, sin ufanarse demasiado por su aporte— después fue a River. Sainz, Cap y Varacka.
—Claro, claro. Exactamente. Que arriba jugaba Domin­go Pérez, un uruguayo que era un pedo líquido.
—No —corrigió “Sobre cojines”— Domingo Pérez es anterior, es de la época de Pepillo, el nueve ese español que trajo River.
—¡Pepillo! ¿Te acordás? No me acordaba de Pepillo.
—Que la delantera llegó a formar… —recordó el hom­bre—… Domingo Pérez…—Moacyr —acotó Pochi.
—Moacyr Claudinho Pinto… —siguió el hombre—… Pepillo, Delem y Roberto. Todos extranjeros.
—Que también estaban Onega, el Nene Sarnari…—Ermindo, todavía no Daniel.—Pando, Artime…
—No… —volvió a corregir el hombre— Pando y Artime llegan un poco después. La delantera que te digo era con la cuestión del fútbol espectáculo. También jugaba un negro de cinco, el negro Salvador, un negro lentón…
—Sí. La cosa había empezado con Boca, con Armando, cuando lo trajo a Feola…
—Al gordo Felola Feola —dijo el Pitufo— a Dino Sani, a Maurinho…
—Antes a Orlando —puntualizó “Sobre cojines”— Or­lando Pecanha do Carvalho, que inauguró, un poco, la fun­ción de seis metido adentro acá en la Argentina.
—También vinieron Loayza, me acuerdo, el Pepe Sasía, a Boca…
—Y bueno… —recordó el Pochi— Sasía vino de última acá, a Central, con el Gitano, Borgogno…
—Loayza también. —Loayza también y me acuerdo…—¡Ese partido contra el Real de Madrid! —se entusias­mó el hombre.
— En cancha de Ñul.—En cancha de Ñul, un amistoso, que los goles del Real los hicieron Pirri y Gento de tiro libre, sobre la hora.
—Yo estaba detrás del arco donde hizo el gol Gento —recordó “Sobre cojines”— …y no sé si te acordás que al principio entró Puskas…
—¡Puskas!
Así siguieron casi una hora, hasta que el hombre, de pronto, consultó su reloj, se sobresaltó, se puso de pie, tomó el sobretodo que había dejado prolijamente doblado sobre la silla vecina y, antes de irse, regaló el último aporte.
—Y el diez, el diez del Lobo de La Plata, era Diego Bayo.
—Diego Bayo, claro. Diego Bayo y Gómez Sánchez, el negro Gómez Sánchez que había venido a River con Joya…
Al día siguiente, cuando llegó el Colifa, Belmondo es­taba hablando con el Zorro y también estaban el Pitufo, Pochi, Oscar, el otro Oscar, el Negro y el Chelo.
—¿No vino “Sobre cojines”? —preguntó el Colifa.
Al­guien contestó que no.
—¿Quién es “Sobre cojines”? —dijo el Chelo.
—Rodolfo. Rodolfo creo que se llama.
No, no vino.
—Buen tipo ése —dijo el Pochi.
—Buen tipo.

ROBERTO FONTANAROSA

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martes, julio 08, 2008

Elogio de la Ignorancia por Alejandro Dolina

Extraído de la revista "Humor" n° 10, de marzo de 1979

En estos tiempos que corren, cada vez le resulta más difícil a un bruto de ley mantener indemne su ignorancia. Usted camina por la calle y en cualquier esquina le sale al cruce una noción, un conocimiento, una noticia. La cultura está en acecho.

Diga que uno es un analfabeto zorro y enseguida cruza de vereda cuando ve que se avecina la ilustración.

Pero las cosas ya no son como antes para el buen alcornoque. Día tras día hay que soportar la implacable persecución de doctos de toda clase que pretenden esclarecernos de prepo. Y así, la noble estirpe de los burros corre el riesgo de extinguirse, diezmadas sus filas por la cultura, la información y otras calamidades.

Es que hoy en día la gnosis está al alcance de cualquier desgraciado. Los diarios, las revistas y la televisión contribuyen a reducir las fuerzas de las tinieblas a su mínima expresión.

Ahí tienen ustedes el programa ese de Mónica. Por ahí aparece un pelado que en cinco minutos se manda una explicación de la teoría de la relatividad que nos deja esclarecidos para todo el viaje. Y si uno piensa lo que tardaba antes un estudiante en comprender siquiera un poco este asunto, tendrá que admitir que las ciencias adelantan que es una barbaridad.

Algo parecido ocurre con las revistas: la historia del Imperio Romano en tres carillas. Todo lo que usted debe saber sobre el cáncer en cuatro columnas. Evidentemente las ventanas de la ciencia y el arte se han abierto de par en par para que los paseantes se asomen y vichen durante un segundo. El progreso ha construído anchos caminos que conducen hacia el saber. Y por esos caminos han transitado millones y millones de personas que en otras épocas nacían y morían condenadas a permanecer en los andurriales de la crasitud. Entre todas esas personas ha habido muchas de bondadosa naturaleza y de sentimientos honrados.

Pero también han recorrido el camino de la cultura numerosísimos pajarones. Y ya se sabe que no hay cosa más peligrosa que un pajarón instruído. En ciertas épocas de la historia los secretos de la ciencia estaban rodeados de toda clase de precauciones. Los eruditos cultivaban el misterio, pues temían que los conocimientos cayeran en manos de los malvados. Hoy tal reserva es impensable. Y el auge colosal de los medios de comunicación ha permitido que los impíos aprendan impunemente la germinación del poroto.

Canallas y pelandrunes manejan a su antojo asuntos de tan delicada naturaleza como la electrólisis del agua o el soneto. -¿Pero cuál es el mal que hay en todo esto? -pregunta un lectortan desorientado- ¿acaso no es bueno que la gente sepa más? -Veamos -contesta el indocto autor de esta nota. Hay varias consecuencias lamentables en esta ilustración a destajo.

La primera es que los conocimientos son absolutamente incompletos. Porque debemos confesar melancólicamente que la teoría de la relatividad que explicaba el pelado en el programa de Mónica no es exactamente la teoría de la relatividad. Es otra cosa. Es un cuentito de apariencia paradójica con trenes que parten y llegan demasiado rápido. Y en la historia del Imperio Romano que nos ofrece a todo color la revista "El Alma que Canta" faltan algunos episodios. Y en el fascículo cerrado "La medicina al alcance de su mano" el único consejo valioso que encontrará es la sugerencia de llamar al médico ni bien usted se sienta fulero. Y la segunda calamidad es que a los consumidores de tantos disparates facilongos la soberbia les llega antes que la sabiduría. Y entonces nos encontramos -de golpe- con millones de personas que creen que saben y que en realidad no saben nada. Son los idiotas ilustrados.

Ya alguna vez hablamos de ellos. Son gente que opina sobre todas las cosas del universo sin conocer cabalmente siquiera una. Esta legión nefasta ha contribuido enormemente a la difusión del facilismo, postura mental que reduce toda custión a los estrechos límites de un cuadro sinóptico, o de una definición indigente. Y así han obtenido estruendoso éxito las idioteces de las cuales conversamos hace pocos meses en esta misma revista (1): "El karate es una filosofía de vida", "lo que tiene esta ciudad es que te aliena" y otras sandeces del mismo jaez. Los idiotas ilustrados tienen también su propio lenguaje. Un lenguaje que poco a poco empieza a conquistarnos a todos, pues habrá de saberse que esta morralla tiene una habilidad especial para imponer sus usos y costumbres.

Esta jerga se nutre con palabras supuestamentes ornamentales y que tienen la virtud de otorgar importancia a lo que se dice. Asi el "conurbano" es más culto que el suburbio. "Coyuntura" es más fino que ocasión. "Inquietud" es más elegante que berretín.

Para una visión más completa e inteligente de este asunto, vale la pena leer el "Diccionario del argentino exquisito" de Bioy Casares. Conviene decir ahora que estas variaciones del idioma no solo se observan en la conversación corriente o en los periódicos. También el arte popular ha sido contaminado con exterioridades de apariencia culta. Veamos la letra de este antiguo tango: "Me enredó con un jueguito tan al lustre preparado que hasta el pelo de las manos de cabrero me arranqué". La estupenda figura lograda en la segunda línea no requiere palabras altisonantes.

Veamos ahora un ejemplo más actual: "Salgo a caminar por la cintura cósmica del Sur". El verso requiere, ciertamente, una versación del poeta en temas geográficos y aún cosmográficos. Versación que no alcanza para que la línea se salve del ridículo. Pero el poeta no es culpable de esto. La época nos conduce por senderos demenciales. He ahí otro ejemplo: "tomar senderos demenciales" en vez de "agarrar para el lado de los tomates". Como se ve, hasta los bestias más circunspectos nos dejamos tentar.

En la radio, muchos locutores han cedido ante el apetito de cultura. Y así los relatores deportivos no tienen más remedio que hablar de extrañas parábolas que describen pelotas pifiadas. O de la mística ganadora de que están imbuídos los jugadores de All Boys. O de los conatos de agresión y escenas de pugilato que se verificaron en el área de Platense, mientras el juez se hacía el otario.

Todo esto me alarma muchísimo, como criollo y como iletrado. Porque puede ocurrir que la tendencia siga adelante y que los chicos jueguen a la mácula deletérea en vez de a la mancha venenosa o al esfinter cochambroso en vez de al culo sucio. Pero no es el uso ridículo del idioma lo más alarmante. Hay cosas que indignan todavía más. La pedantería que obliga a avergonzarse a quien no sabe cual es la capital de Albania o el nombre del presidente de Francia.

Los sabelotodos que copan los asados con teorías recién aprendidas. La veneración por aparatos tan estúpidos como la licuadora. El desprecio por las gentes sencillas y la burla a sus costumbres apacibles. Ya lo dijo Sábato el otro día. La verdadera sabiduría es más fácil de encontrar en la gente humilde que entre esta caterva que se ha indigestado con bocadillos de cultura.

Por eso, el autor de estas carillas oscurantistas se compromete a seguir firme en su ignorancia. ¿Alguien quiere explicarme el conflicto de Irán? No quiero. ¿Otro se empeña en imponerme el funcionamiento de un ciclotrón? Jamás. ¿Un tercero se ofrece a contarme la vida sentimental de las cucarachas? Que reviente. Mis entendederas permanecerán cerradas como una piedra de granito, para satisfacción de mis familiares, amigos y favorecedores. Y mi necedad será como un borrón oscuro que se destacará entre tanto relumbrón. Porque ignorantes, lo que se dice ignorantes, vamos quedando pocos. Buenos días.

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martes, junio 10, 2008

Futbol Atorrante de Alejandro Dolina

Vengo trotando con la pelota en los pies. Alguien me ha dado un buen pase y ahora me acerco al área contraria. Presiento un galopito detrás mío y apuro el tranco, asustado. Miro. Lo que veo no me dice mucho. La defensa adversaria está bien ubicada. En cuanto alguno se avive que no se me ocurre nada, me atora y me quita la pelota. Podría tratar de cortársela al wing, por detrás del marcador, pero esas casi nunca pasan. También podría amagar el pase y seguir yo, pero noto en la cara del zaguero central que se trata de un individuo suspicaz: no se tragará ningún amague. De pronto, sin que nadie me lo diga, se que alguien aparecerá desde atrás para ayudarme.

Entonces pongo cara de centreforward, corro al arco. El zaguero se corre un poco para tapar el tiro. Pero yo no shoteo. Le doy suave hacia mi izquierda. Y allí, por donde yo adivinaba, aparece el compañero, libre de marca, ganador, mparable. Casi sin acomodarla le mete un derechazo que entra por cualquier parte. Gol. Después de celebrar con un grito, mientras los rivales deslindan responsabilidades, mi compañero me guiña un ojo. Al pasar me toca, apenas. He pensado como él. He confiado en él. Somos amigos. Sin mirarlo casi, le digo "Bien, che". Soy feliz.

Es hermoso el fútbol de la muchachada. El fútbol amateur, el de los equipos de barrio. El que se juega en canchas alquiladas. O en los pocos potreros que nos quedan. El que llena el Parque Saavedra. O la cancha de Alianza. O la de atrás de los cuarteles de Ciudadela. O los descampados de San Miguel. Sobre ese fútbol se ha escrito poco y mal. No seré yo quien lo remedie. Mi humilde intención es trazar algunos apuntes para que algún estudioso de verdad empiece a escribir de una vez un tratado completo sobre el tema.

Orígenes y dificultades

Un equipo atorrante puede nacer de mil maneras distintas. A veces se compone de caballeros que trabajan en la misma panadería. En otras ocasiones, sus integrantes van al mismo colegio. O viven en el mismo barrio. O los echaron de un equipo anterior. Hubo una época en que no se concebía un grupo de más de diez personas que no tuviera su propio equipo de fútbol. Empresas, oficinas, herrerías, sociedades literarias y simples patotas han dado nacimiento a temas de tan glorioso recuerdo, que a veces uno sospecha que la fundación de ciertas entidades comerciales no ha sido sino el pretexto para la aparición del equipo de fútbol correspondiente.
Sin embargo no todo es tan fácil como parece. Hoy en día resulta bastante dificultoso juntar once. Yo recuerdo épocas en que cada vez que aparecía una pelota, había que echar a patadas a los postulantes. Ahora todos son estrellas. Este no puede porque tiene que viajar a Saladillo. El otro se va a la pileta. Al de más allá, la mujer no lo deja. Después quieren que el fútbol ande bien con semejante morralla. Otro inconveniente es conseguir rivales. -No, nosotros estamos en un campeonato.
-No, nosotros jugamos solamente contra equipos de otras empresas.
-No, este fin de semana ya tenemos partido.
No, nosotros jugamos nada más que los lunes.
No, a esa hora ni locos. Es un infierno, les garanto.

Pero supongamos que usted ha conseguido a once malandras y que ha concertado un desafío contra unos tipos de San Isidro el domingo a las nueve de la mañana en la cancha del Parque Hernández, en San Martín. La noche anterior usted empieza a sufrir. Porque de golpe y porque sí, dos tipos se borran. Hay que conseguir otros dos. Entonces usted comienza un espantoso peregrinaje en busca de reemplazantes. Y llama por teléfono o toca los timbres de sujetos que usted jamás convocaría en circunstancias normales. Y -para peor- los muy canallas se hacen los difíciles.
-¡Eh, recién ahora me avisás! Y usted ruega y se arrastra por el suelo ante troncos irrecuperables tratando de arrancarles la promesa de su asistencia. Al final, cerca de la medianoche, el equipo queda completo, con la desagradable presencia de un pibe de once años y de un cuñado suyo que ni zapatillas tiene. Algo más tranquilo, usted procede a preparar su ropa. Indumentaria clásica: un par de medias llenos de agujeros. Otro par de medias para usar debajo, que también tiene agujeros, pero en otra disposición. Un pantalón con tierra del partido anterior. Un par de zapatillas gastadas y otras decididamente inservibles, para prestarle a su cuñado. Hay también canilleras, pedazos de trapo, piolines y otras basuras que suelen guardarse en la bolsa, más que nada para no tirarlas. Después de esta operación, antes de acostarse, usted mira el cielo. Y con indignada consternación descubre algo espantoso: se está nublando. Son las cuatro de la mañana y usted permanece despierto. Truena. Sopla viento. ¿Lloverá? ¿Podremos jugar igual? ¿Desertará algún pusilánime ante la ventisca? Transpirando a causa de la incertidumbre, usted se duerme a las cinco. Pero a las ocho ya está en pie. Despierto y con el corazón ardiente. Ha limpiado. Sin nada en el estómago, usted se constituye en la cancha del Parque Hernández. cuando llega son las nueve menos cinco. Y le espera una sorpresa desagradable: usted es el primero.
Pasan dos colectivos sin detenerse. El panorama es desolador. Sin embargo, en una punta del parque, como a cien metros de allí, hay unos morochos peloteando. Usted piensa que pueden ser sus compañeros que han llegado más temprano. Trota hasta llegar a ellos: se trata de desconocidos. A las nueve y diez llegan otros atorrantes. -¿No vino nadie? -preguntan inquietos.
-No -contesta usted.
Entonces los recién llegados se desesperan y se indignan. Los contrarios tampoco aparecieron. El partido peligra. Cada vez que se detiene un colectivo, la esperanza ilumina a los reos. Desde antes que el coche pare, ya se van agachando para palpitar a través del parabrisas el arribo de algún otro malandra.
-A esta hora ya no viene más nadie -dice alguien.
Finalmente, a las diez menos cinco, con los nervios destrozados, usted empieza a jugar.

Nomenclatura, indumentaria y heráldica

Llega un momento, después de mucho padecer, después de innumerables desencuentros y partidos frustrados, en que el equipo tiene un elenco más o menos estable. Y aumenta la frecuencia de los desafíos. Entonces va creciendo el espíritu de cuerpo y el deseo de consolidar el grupo. Este sentimiento ha engendrado no pocos clubes de barrio, con sede y todo. Pero la primera medida que garantiza la existencia de un cuadro es la búsqueda de un nombre. Enseguida aparecen propuestas inevitables: "Brisas del Plata", "Once corazones".O sugerencias chuscas, casi murgueras: "Los lonyipietros de José Ingenieros", "Sacale el hilo a esa chaucha".
Me permitiré mencionar -a modo de homenaje- los inmortales nombres de algunos cuadros atorrantes que he conocido: "Halcón de Caseros", "Ciclón de Jonte", "Empalme San Vicente", "Barrio Chino", "Estrella del Sur", "Namuncurá", "Los místicos", "Agronomía Central", "La Academia", "Celtic de Merlo", "La matraca", "Hindú", "Resto del Mundo". Que el olvido perdone a todos ellos. Otro hecho de importancia fundamental para la perduración de un cuadro es la adquisición de camisetas. No nos vamos a demorar en su elucidación. Ya todos sabemos los métodos que se emplean para reunir el dinero: rifas, colectas, sustos y disparadas de toda índole.
Debo hacer notar -eso sí- dos tradiciones que se verifican siempre. La primera exige que las camisetas se estrenen perdiendo. La segunda, que se destiñan al primer lavado.

Personajes del fútbol atorrante


Cesarini decía que uno es igual en la cancha y en la vida. No sé si esto será cierto. Con la gente -ya se sabe- es inútil proponer leyes inmutables. Los postulados sirven para triángulos y cotangentes, pero no para los hombres de carne y hueso. Allí fracasan. Pero volvamos al potrero. Conozcamos sus personajes principales.

El morfón: Azote de las canchas. Egoísta y obcecado. Jamás pasa la pelota. Únicamente lo hace cuando está perdido. Sus pases son imperfectos, de mala gana, mordidos y con efecto. Algunos han querido ver en el morfón una concepción individualista del fútbol. Yo creo, simplemente, que un morfón es un pavote.

El tronco: No sabe nada. Es torpe. Y cada partido es para él una humillación.

El sobrador: Cobarde en la adversidad y fanfarrón en el triunfo. Este jugador suele aparecer cuando el equipo gana tres a cero. Entonces tira caños, intenta lujos y se burla de los rivales.
El pecho frío: Ausente de barullos y entreveros. Nunca se ensucia. Nunca grita. Nunca se enoja.
El loco: Suele ser puntero. Es eléctrico e imprevisible. Jamás hace caso, habla solo y se ríe de sus jugadas absurdas.
El arquero: Nunca supe qué es lo que hace que alguien se vuelva arquero. Quizá alguna oculta vocación de trapecista. Hay algo curioso: los pibes más chicos se desesperan por ir al arco. Conforme crecen abandonan los tres palos y ya grandulones, hay que mandarlos a atajar de prepo.
El tipo que pasaba por ahí: Personaje cuya importancia pocos han comprendido. Es el undécimo hombre. Cada vez que falta uno, los muchachos miran a su alrededor, eligen al morocho más aparente y le lanzan la invitación. ¿Querés jugar? Y el tipo acepta. Lo ponen de cualquier cosa, por allá adelante. Nunca le dan un pase. Lo ignoran. Ni siquiera le reprochan nada. Cuando termina el partido todos se olvidan de él, como si no hubiera jugado. Y quien sabe cuántos triunfos se han cimentado en el humilde trabajo de los tipos que pasaban por ahí.
El pibe: Es más chico que todos y se abusa. Sabe que no lo van a tocar y que hay diez grandotes dispuestos a defenderlo. Lo mejor es darle sin asco.
Hay muchos: el referí, el matón, el héroe, el caudillo, el delegado, el gritón, el que reparte las camisetas, el llorón, el lesionado, el suplente, el pavo y otros mil.

Mentiras criollas

Flotan en el aire algunos conceptos equivocados sobre la táctica y estrategia del fútbol atorrante. Y los futuros tratadistas deberán refutarlos. Veamos algunos de ellos.

"Es lo mismo perder uno a cero que diez a cero" Axioma que pretende inducirnos a atacar desesperadamente aunque nos revienten a goles. Es falso. Es mejor ir perdiendo uno a cero. De este modo con un gol de casualidad, empatamos. En el otro caso, nos ponemos diez a uno.
"Venimos a divertirnos" Frase que le sueltan a uno cada vez que se pone un poco nervioso. Y aquí nos hallamos ante un punto fundamental. "¿Venimos a divertirnos o a hacernos mala sangre?" me preguntan a veces cuando me enojo. Y yo contesto: "A hacernos mala sangre". Sí señor, yo no vengo a divertirme. Para eso está el ludo, el desconfío o el pinchanúmeros, pero nunca el fútbol. Yo quiero sufrir ante el resultado incierto. Padecer la angustia del dominio rival. Sentir miedo ante los golpes y aguantármelo. Quiero imaginar que cada partido es terrible y decisivo. Sé que deberé poner inteligencia y fortaleza. Que hay compañeros que necesitan socorro y adversarios dispuestos a todo. Esta realidad me excita, me entusiasma, me indigna y me enfervoriza, pero no me divierte. Y quienes van a la cancha a divertirse han equivocado el lugar.

Una receta para ganar siempre


No se trata de un esquema posicional. Es algo sentimental. A tomar nota los técnicos, porque esta receta nunca falla. Pues bien: sostengo que el afecto entre los integrantes de un equipo, lo torna invencible.
Por eso no debemos burlarnos socarronamente de aquellos que hablan del "grupo humano". Algo sospechan estos caballeros.
Yo recién lo descubrí hace poco. Una frase de Menotti me lo reveló. El flaco le puso nombre a algo que yo sentía desde hacía mucho tiempo. ¿Por qué uno quiere en su equipo a ciertos tipos?
¿Porque juegan bien? ¿Porque se adaptan mejor al juego de uno? No. Uno los elige porque los quiere más. Ahora lo sé bien. Y sé que nunca podría jugar un buen partido con compañeros a quienes detestara. Es así. Uno está dispuesto a alentar al que se equivoca, si hay afecto. Uno ayuda al que está en apuros, si hay afecto. Uno se mata cuando escucha al amigo que le grita "Bien, Negro". Y este afecto, este viril cariño, es lo mejor que tiene el fútbol.
Este juego, señores, no es una escuela de vida, ni una filosofía, ni una cosmovisión, como pretenden hoy en día los deportistas presuntuosos. Pero el solo hecho de aprender a cinchar por un fin común y sacar la cara por el compañero basta para recomendar su práctica con todo calor.

El puntero llega al fondo de la cancha. Se dispone a lanzar centro. Yo estoy en el medio del área. Muy marcado. El puntero no centrea. Elude a su marcador y se viene hacia el área. Uno de los que me marcaba lo va a buscar. En ese momento me la toca. La pelota viene rasante, firme. Yo presiento algo detrás mío. Amago el remate, pero abro las piernas y la dejo pasar. A mis espaldas entra, imparable, el compañero. Le pega un derechazo terrible. Gol. Cuando vuelve me guiña el ojo. Al pasar me toca, apenas. Casi sin mirarlo le digo "Bien, che". He pensado en él. He confiado en él. Somos Amigos. Soy feliz. Buenas tardes.

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domingo, mayo 04, 2008

El Arreglo


Mario insultaba frente al Televisor. Estaba seguro que el horario de comienzo del partido era a las 15:00. Había acomodado todos sus horarios laborales para estar ese martes a esa hora en su casa y al encender el canal 602 se encontró con el inicio del segundo tiempo de un espantoso partido de la “D” Yupanqui – Tristán Suárez. Consultó la grilla de canales y efectivamente, el partido de Temperley con Chicago arrancaba a las 16:00. Volvió a insultar.
Hizo un par de llamados a su trabajo y se aseguró estar disponible una hora más. Podía haber visto el partido en la computadora de su oficina pero, no era lo mismo. Desde muy chico veía los partidos con la camiseta Celeste puesta y era algo incómodo por distintas circunstancias que lo vieran con ella en el trabajo. Era un partido importante, el Celeste, que había arrancado mal en el torneo, recibía a Chicago, uno de los punteros.
Cerró los ojos y recordó, las tribunas desbordantes en Mataderos, la euforia en el Beranger, las cargadas, el cantito: “Almirante, Moron y Mataderos a todos los del Cele..”. Grandes épocas. Aprovechó para ir a la cocina a buscar algo para beber. A la pasada se vio en el espejo del pasillo. Medio pelado, gordo, cincuentón largo quedaba algo ridículo con la camiseta que, incluso le quedaba algo chica. No le importó. Un rito, era un rito.
El partido fue parejo, sin demasiadas emociones. Como siempre, tras una llegada de alguno de los dos equipos, los sonidistas de la TV pasaban esas ridículas grabaciones de hinchadas haciendo onomatopeyas. Mario las odiaba pues eran artificiales y en la mayoría de los casos a destiempo. Una Verdadera hinchada sabría el momento exacto cuando gritar, cuando insultar al referee, cuando alentar o cuando pedir “mas huevo” a su propio equipo. Los estúpidos de los sonidistas nunca acertaban pues nunca habían pisado una tribuna.
Pese a todo, recordaba los primeros años desde la prohibición de asistencia a las canchas que transmitían los partidos sin sonido de fondo. Se escuchaban solo los gritos de los jugadores y el anodino relato de los periodistas. Mucha gente dejó de ver fútbol por ese motivo y canceló sus suscripciones. Mal negocio para la televisión. Las grabaciones de fondo fueron anunciadas con bombos y platillos, en el doloroso latiguillo que declamaba “la vuelta del público a las canchas”.
Mario sabía que eso era imposible. Tras quince años a esta altura la medida era irreversible. La gran mayoría de los clubes había tenido que vender sus estadios para solventar sus finanzas. Donde antes estuvieron los estadios más tradicionales del fútbol, hoy había supermercados, playas de estacionamiento o complejos habitacionales. De reojo miró el pedazo de cascote celeste que atesoraba como una reliquia pues había pertenecido al glorioso Beranger.
Hoy los partidos se jugaban en canchas cerradas, mas semejantes a un estudio de televisión que a un verdadero Estadio de Fútbol. Los directores de tv hacían malabares para evitar televisar las paredes y el cemento.
A poco del final, se escapó un volante Celeste por derecha, lanzó un perfecto centro a la carrera y el “9” de cabeza definió el partido. Mario apretó los puños y ceremoniosamente se besó el escudo de la camiseta. Hacía muchos años que no podía gritar un gol. Al principio lo seguía haciendo, pero comenzó a sentirse algo tonto al saber que ningún jugador lo escuchaba. Cuando comenzaron las grabaciones y los gritos artificiales, dejó de hacerlo.
Salió a la puerta de su casa, con la camiseta todavía puesta. Alejandro, su vecino, escuchó su puerta y salió tras el. No era su amigo. De hecho muchas veces habían discutido por estupideces de árboles linderos, mascotas, siestas y medianeras. Las tonterías habituales por las que los vecinos se pelean. Era un tipo grandote mas o menos de su edad, con ojos endurecidos por las desgracias personales, y algo soberbio. Tenía muy poco en común con el, y no lo apreciaba demasiado, pero era costumbre que tras cada partido de Temperley salieran afuera a comentarlo. Los dos eran fanáticos.
- ¿Se complicó un poco al final, vio? Arrancó Alejandro
- Si. El cinco de ellos es buen jugador, nos manejó la pelota…

Siguieron hablando durante largos minutos hasta que llegaron al tema recurrente.
- Si. Pero ahora no es lo mismo.. Se disfruta menos.
- Es todo mucho mas frío..
- Por eso, ¿vio que los chicos menores de veinte casi ni miran fútbol?, solo los viejos lo hacemos.
Alejandro hizo un silencio. Mario pensó que, como otras veces, casi sin despedirse, iba a dar media vuelta y se iba a meter dentro de su casa.
- Mire, hace un tiempo que me está dando vueltas una idea. Mi hermano trabaja en el hospital con el petiso Martínez, ¿lo conoce?

Como no conocerlo a Martínez! pensó Mario. Si de chicos se habían agarrado a trompadas veinte veces.. Uno de los pocos fanáticos declarados de Los Andes en el barrio. Tras cada clásico se buscaban donde estuvieran para torearse. Hacía muchos años que no lo veía, sabía que se había recibido de médico y que trabajaba en un par de sanatorios de prestigio.

- El jueves que viene es el clásico y cargada va, cargada viene, mi hermano le propuso a Martínez que veamos el partido, en una casa, todos juntos… ¿Se anima a venir?
Mario se quedó sin habla. ¿Ver el partido con un hincha de Los Andes?, ¿Para que?. Si hacía años que los partidos le gustaba verlos solo. Sin embargo, algo en la idea le causó una extraño cosquilleo que no sentía en mucho tiempo. Atinó a preguntar
- ¿Pero vamos a ser tres con El?, lo vamos a cargar hasta que explote..
- No. El arreglo es el siguiente.. Seis de Temperley y Seis de Los Andes, en lo de mi Hermano. Ayer me llamaron que un amigo no puede venir, y yo pensé en Ud. que como nosotros es de la vieja guardia.
Mario, no pensó la respuesta, salió espontánea.
- Cuando el petiso me vea, se va a querer morir.

Jueves a las 12 del mediodía, hora fijada para el Clásico. Caminó las seis cuadras que lo separaban de la casa de Marcelo, el hermano de Alejandro, con su camiseta puesta, una banderita del último ascenso, y un gorrito de cancha en el bolsillo de atrás del pantalón. El corazón le latía con fuerza. Tocó el timbre y Marcelo, todo vestido de Celeste, lo recibió con un apretón de manos y una amplia sonrisa.
- Sos uno de los primeros en llegar

Caminaron por un largo pasillo atravesando puertas y esquivando juguetes infantiles desparramados por el piso. En el fondo de la casa, en un garage una pantalla gigante, de mas de 80 pulgadas asomaba en el fondo. A cada costado dos grupos de sillas, sofas y sillones en forma casi simétrica apuntaban a la pantalla y quedaban una enfrente de la otra. A la derecha, Alejandro junto a otro hombre de su misma edad, cuchicheaban preocupados. Enfrente a ellos en el otro grupo de sillas un tipo petiso, nudoso con ojos desconfiados, vestido con el despreciable para Mario “pijama” a rayitas rojo y blanco miraba la hora nervioso. Lo vio entrar y el reconocimiento fue inmediato. Sin saludos, silencio y desafío.
Poco a poco comenzaron a llegar todos, eran seis de cada lado, todos cincuentones. Mario estaba nervioso y ansioso. Sentía las manos transpiradas y la inquietud lo carcomía. El locutor comenzó a dar las formaciones de los equipo y empezaron las estúpidas grabaciones de hinchadas artificiales. Marcelo, tomó el control remoto y le quitó el sonido.
El partido comenzó parejo pero a poco de iniciado, se escapó el “11” chiquitito y hábil de los milrayitas y abrió el marcador. En la tribuna de enfrente la explosión fue inmediata. El grito de gol lo alargaron hasta el infinito. Tras el mismo comenzaron los cantitos.
“ Que nacieron hijos nuestros, hijos nuestros morirán..”
Un hombre muy mayor, al cual Mario sabía que conocía pero no lograba sacar de donde, comenzó en la tribuna Celeste: “no pasa nada, al Cele lo queremos en las buenas y en las malas” Todos los siguieron.
Cuando Los Andes tocaba cuatro o cinco veces la pelota, arreciaba el “ooole. Oole” de enfrente. Hasta en un momento cantaron el amenazante “ borombon los esperamos en la estación”
Penal para Los Andes. Mario no quería ver para la tribuna de enfrente. Rezaba en silencio. La pelota besa el palo y se va afuera. Vamos! Gritaron los seis casi al unísono. Los jugadores se motivaron con esto. Gracias al aliento de su hinchada, comenzaron a llevarse por delante al rival, corner tras corner. Los defensores de Lomas pedían la hora y rechazaban a cualquier parte. La hinchada de Los Andes ya no alentaba, esperaba nerviosa el final para alentar.
El árbitro dio tres minutos de descuento. El partido ya terminaba un centro llovido, casi sin esperanza del “4” Celeste es rechazado de cabeza hacia la media luna del área, allí el “5” de Temperley toma la pelota de aire, y con una hermosa volea la clava en un ángulo.
El grito fue un rugido del alma contenido por muchos años. Mario sentía como si sus cuerdas vocales fueran a salirse hacia fuera, pero seguía gritando y abrazándose con sus compañeros de tribuna.
El final del partido fue con aliento de las dos tribunas y una despedida acorde a cada uno de los equipos que, conciente, o inconcientemente saludaron mirando de frente a sus parcialidades con los brazos en alto.
Mario sentía un nudo en la garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus manos temblaban. La emoción lo embargaba a un extremo que no lograba recordar. Levantó la vista y vio, al Petiso Martinez, lagrimeando como El y aferrando en una mano un arrugado banderín rojo y blanco.
Marcelo trajo una picada con cerveza y maní que comieron los doce casi en silencio. Se fueron de a uno, saludándose como amigos de toda la vida y prometiendo encontrarse en el próximo clásico.
Cuando estaba saliendo, Alejandro, con los ojos todavía enrojecidos lo tomó de un brazo y le dijo.
- Tengo un conocido de Caseros con el que estamos organizando algo parecido y el lunes a la mañana jugamos con Estudiantes, ¿Se prende?
Mario sin dudarlo respondió
- Cuenten conmigo.
Mientras caminaba a paso firme canturreaba las canciones de cancha con una sonrisa. Se sentía veinte años mas joven. Alegría por la experiencia que había vivido, pero mucha mas por haber tomado conciencia que el mundo iba a seguir produciendo estúpidos que quisieran matar los sentimientos de la gente pero siempre, de algún modo extraño u oculto estos iban a aflorar. Mal que les pese.
No es posible tapar el sol con un dedo, solo se oculta desde la obtusa perspectiva del idiota que lo intenta.

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jueves, diciembre 13, 2007

Por los amigos de mis enemigos de Caño Celeste

Esta es una historia, como todas, con realidades, fantasías, verdades, afirmaciones no tan ciertas, mitos, certezas y exageraciones. Estará en la habilidad del lector, adivinar cual es cada caso. Luego de escribirlo, no logro determinar bien la diferencia.

El 14 de Mayo de 1969 la familia Amalficele estaba convulsionada Roberto, clase media trabajadora, tomó su Fiat 600 en su modesto taller y fue volando hasta una pequeña Clínica de Temperley desde donde le habían avisado que Celia, su esposa estaba en avanzado trabajo de parto. Pese a la corrida, llegó a la clínica casi al mismo tiempo que su nuevo hijo.

LEJOS DE ALLI...

El hombre era muy mayor, si bien mostraba la misma vitalidad que alguien con varias décadas menos de edad, en sus huesos, ya los años le pesaban. Miró su preciado banderín velezano y cerró los ojos. No quería morir pues sentía que todavía tenía mucho para dar en este mundo, sin embargo con pesadumbre aceptaba que el paso del tiempo tenía un avance inexorable y por ende su ciclo vital, en algún momento debía finalizar. Sin resignación, resistiendo hasta el último instante, abandonó su cuerpo, pero no el mundo.

El bebé lloraba junto a otros en la Nursery, llevaba pocas horas de vida, la enfermera trataba de repartir su tiempo entre los cuatro niños en forma equitativa, sin lograrlo. A sus espaldas, por la ventana una brillante luz ingresó en la forma de una esfera luminosa semitransparente y estalló en el rostro del sorprendido bebé haciéndolo estremecer. La enfermera no pudo reprimir una sonrisa cuando, al menos, uno de los pequeños se había calmado. Se volteó para observarlo y le llamó la atención que tras la turbia mirada del recién nacido, pudiera ver algo parecido a fuerza y determinación, como si controlara el llanto voluntariamente. Se dijo que tal cosa era imposible a tan temprana edad, y prosiguió con sus tareas, ahora repartidas solo entre tres berreantes criaturas.

Roberto observaba a su esposa descansando. El parto había sido complicado, pero afortunadamente corto. Con lágrimas de emoción había ver a su primer hijo a través de una ventana en los brazos de una enfermera. Hubiera querido llamarlo Marcos, al igual que su Padre o Roberto como El, pero finalmente lo bautizarían José como el abuelo de ella, un nombre que a ambos, sin poder explicarlo, los dejaba conformes y satisfechos.

El Jardín de infantes era el tumulto de siempre cuando los chicos dibujaban. Todas las mesitas eran un caos de crayones rotos, hojas manchadas, chicos que se encimaban unos a otros para dibujar a los gritos. La diferencia estaba en la mesa de la ventana. En ella, los crayones estaban en el centro de la mesa, ordenados por color y tamaño, los niños, respetuosamente, tomaban los colores de a uno, no sin antes dejar en el lugar apropiado el lápiz que dejaban de utilizar. Uno de los niños vigilaba, ceñudo y reconcentrado en su tarea que el resto cumpliera con el orden. Era el mismo que había “negociado” con una niña de la salita amarilla intercambiando unos crayones pues sostenía que tenían colores más brillantes. La maestra meneó la cabeza con una sonrisa. La precocidad de Josecito no dejaba de sorprenderla.

La escuela primaria y el colegio secundario fueron trámites sencillos para José a quien ya todo el mundo conocía como Pepe. En ambos casos logró adelantar un año respecto a sus compañeros recibiendo al finalizar la medalla de oro por el mejor promedio. Fue el capitán deportivo y de ciencias en cada uno de los años de curso habiendo sido elegido por sus propios compañeros. Del mismo modo fue el delegado para hablar con los profesores, cada vez que surgía un problema. El “aura” de Pepe para intermediar le hizo ganar una gran estima y reputación respetada por igual por profesores y alumnos.

Fue casi natural que siguiera la carrera de Administrador de Empresas. En apenas cuatro años, a los veinte de edad, obtuvo el título universitario. En sus primeros cinco años como profesional se abocó de lleno a triunfar. Fue escalando posiciones hasta lograr la vicepresidencia en una de las empresas más emprendedoras e innovadoras del país en la cual finalmente lo asociaron. A los veinticinco años se casó y a los treinta ya tenía los tres hijos planificados.

Si bien dedicaba el tiempo adecuado a su familia, fuera de las doce horas diarias en las cuales se encontraba absorbido por su trabajo, su único vicio era ir a ver al Celeste. Dado que no era afecto a leer las secciones deportivas de los diarios, ni mucho menos a escuchar la radio, había delegado en su secretaria que le informara día, hora y lugar de cada partido. Allí se quitaba el traje y la corbata, se ponía la camiseta del torneo que correspondiera y se sumaba a la tribuna para sufrir, como uno más.

Las campañas deportivas se sucedían, Pepe partido a partido comprendía que aquello que había comenzado como un pasatiempo, se había transformado en sufrimiento. No podía comprender el motivo de tantas desgracias juntas. Las conclusiones de sus compañeros de tribuna eran concluyentes “Falta capacidad dirigencial”. Con su vida resuelta, su familia encaminada y con la posibilidad de tomarse un año sabático, Pepe decidió tomar cartas en el asunto. El iba a solucionar los problemas del Club.

Arregló las cosas en su trabajo para manejar todo desde su casa y a través de su padre obtuvo un nombre para ir a ver en el Club y comenzar su tarea, era Carlos Peñalba, el vecino de un amigo de su padre, ex directivo quien alegaba conocer a mucha gente. Acordó para encontrarse en el Buffet y allí fue con toda la esperanza e ilusión

Peñalba era un hombre agradable. Lo recibió en una mesa junto a “Tito” Mujica un veterano de mil batallas quien le comentó que alguna vez había detentado el cargo de tercer vocal suplente. También le cayó bien a Pepe por su simpleza. Le comentaron con detalle todos los problemas que, a juicio de ellos, tenía el club. Tomó nota mentalmente de cada uno de ellos y comenzó a diseñar estrategias y a plantear soluciones. No eran cuestiones simples pero, comparadas con las que debía resolver diariamente en su empresa, no presentaban grandes dificultades.

Levantó la vista y comenzó a recorrer las caras en las otras mesas. Llamativamente de varias de ellas lo miraban con una mezcla de asco y odio. Era la primera vez que pisaba el club, y no creía haber visto a ninguno de ellos en la tribuna. En ese momento pensó que era la natural desconfianza a la persona desconocida. Minimizó la situación y la quitó de su mente.

Trabajó varios días en su computadora, hizo algunos llamados y obtuvo las respuestas deseadas. Los problemas eran más sencillos de resolver que lo que suponía. Diseñó un plan de acción. En escasos seis meses todo estaría encarrilado y en un año, a lo sumo en dos, el Club sería una entidad con servicios a los socios de excelencia y con excedentes financieros como para mejorar sus campañas deportivas. Se sentía eufórico. Podría volver a disfrutar en la tribuna con los resultados positivos.

Armó su proyecto con gráficos y lo redactó en un lenguaje simple para que cualquier mortal pudiera entenderlo. Hizo cuatro copias, las hizo anillar con una brillante tapa celeste y se fue para el Club. Fue directamente a la Secretaría. Preguntó por Ramírez, de quien le habían dicho que era el Vicepresidente, y a la vez el hombre fuerte del club. Era la persona por quien pasaban todas las decisiones importantes.

Cuando los empleados lo vieron preguntar por Ramírez, abrieron los ojos con sorpresa. Tímidamente le pidieron que aguardara unos instantes. Salió un hombre rechoncho, de gran papada y ojos porcinos y desconfiados. “¿Que quiere Ud.? le preguntó en forma insolente, sin siquiera hacerlo pasar a la oficina y en medio del pasillo.
Comenzó a explicar sus objetivos cuando el otro lo interrumpió sin dejarlo terminar – “Mire, de Ustedes no nos interesa nada, sabemos como son, así que por favor retírese”, y le cerró la puerta en la cara. Pepe levantó la vista incrédulo y vio dos o tres corrillos de gente que lo miraban mal, tal como había percibido en su visita anterior en el Buffet.
Uno se acercó y le dijo casi gritando - ¿No hicieron ya suficiente daño al Club?. Pepe evaluó contestarle que no entendía nada pero sabía identificar la sensación de una persona que está al borde de la agresión física. Optó por retirarse sin poder creer lo que le había sucedido.
En la puerta, un par de personas con la misma actitud hostil pero más tranquilas lo observaban. Se acercó y sin más trámite preguntó cual era el problema. Tras un par de explicaciones cruzadas, obtuvo algunas respuestas.
- Ud. es del grupo de Peñalba, le dijeron, lo vieron con el hermano en la misma mesa el otro día.
- A Peñalba lo conocí ese día y al hermano ni lo conozco. Alcanzó a balbucear.
Las réplicas eran casi autistas, sin escuchar sus explicaciones.
- Peñalba, del cual Ud. es amigo es el peor enemigo de Ramírez y su grupo fue el que trató de voltearlo en la Asamblea de 1979.
- ¿1979?, ¿pero cuantos años hace de esto? Yo tenía diez años de edad…
- Encima Ud. vino al club de la mano de Mujica. La familia de ese es mala palabra en el club, un tío se robó un juego completo de camisetas en el 57’.
¿Un Tío?, ¿1957??? Ni había nacido…Pepe no llegaba a comprender un absurdo, cuando le tiraban uno todavía peor. ¿Y que tiene esto que ver conmigo?

Nadie lo escuchaba, de adentro del club salió como una exhalación un grupo de los más enojados y, por ello, para evitar males mayores con sus carpetas bajo el brazo debió retirarse.

El enojo y la sorpresa le duraron un par de semanas, pero no era un hombre para rendirse fácilmente. Avanzó con dos de los proyectos más factibles.
Habló con el gerente de publicidad de uno de los grupos que trabajaba con su empresa y obtuvo a través de tres canjes publicitarios, la construcción gratuita de una tribuna para diez mil personas para el club, luego se reunió un par de veces con el dueño de una empresa que le debía varios favores comerciales, y obtuvo la donación con todos los gastos pagos de una cancha de Hockey sobre Césped sintético. Ambas obras necesarias para desarrollo del club, sin costo alguno y con posibilidades de incrementar valor, servicios y ganancias. Era el punto de partido de mucho mas.

Con los proyectos concretados y firmados, logró una reunión con el segundo prosecretario del Club, de quien había recibido referencias que era un hombre bien intencionado y que no participaba en internas.

El hombre, alto desgarbado de mirada triste y algo corto de entendederas, se mostró primero incrédulo y luego, al ver los contratos firmados, visiblemente sorprendido. ¿Y al Club no le cuesta nada esto? Preguntaba por cuarta vez. Pepe con paciencia volvía a explicar todo desde el principio.

Finalmente, el hombre se quitó los lentes y le dijo, “mire Sr. Amalficele, el problema son sus amigos. En este club, nos fijamos mucho en eso, pero este proyecto es muy bueno…”
Parecía que dudaba entre echarlo y seguir preguntando. Finalmente dijo: “Está bien, hagamos una cosa, vaya a verlo a Parenti. Es el que hace La Revista del Club, y tiene un programa de radio. Seguro que le va a dar un espacio para que difunda esta idea, si lo convence a El, Ramírez no va a tener mas remedio que ir adelante o dar una explicación. Ya se lo llamo”.

La “radio” era una casita de barrio sin revoque en medio de la nada con una larga antena. En la antesala una recepcionista morochita con un piercing en la nariz mascaba chicle y trataba de entender las explicaciones de Pepe mientras escuchaba música a todo volumen con un par de auriculares. Tras una ventana interna, se veía como un par se sujetos uno obeso y el otro mas delgado en mangas de camisa sentados frente a una mesa le hablaban a los gritos al micrófono.


Luego de intentar hacerse entender durante largos minutos, logró milagrosamente que la mujer saliera de su autismo musical y le dijera casi con desprecio “Hable con el productor, yo no tengo nada que ver con eso”

El “productor” era un chico delgado, apenas salido de la adolescencia con la cara repleta de acné e impavidez. En medio de algunos llamados telefónicos logró explicarle su necesidad de hablar con Parenti. Le dio una de las carpetas el cual, muy a desgano, hojeó distraídamente mientras atendía otro par de llamados. El sujeto mas obeso de los dos que se encontraban dentro, asomó medio cuerpo y como si Pepe no existiera le dijo al chico “Che, Boludo, te dije hace media hora que me lo llames a Cacho”, y cerró la puerta.

Pacientemente, aguardó otros cuarenta y cinco minutos de espera.

Terminó el programa y el chico juntó los papeles y siguió actuando como si el no estuviera presente. De adentro del “estudio” salieron los dos periodistas, saludaron con un ademán con la cabeza y siguieron de largo. Decidió correrlos. Logró alcanzarlos en la puerta, justo cuando subían a al auto. Con gesto de fastidio, el gordo se detuvo y lo escuchó. Pepe, en dos minutos, hizo un resumen brillante de su proyecto, destacando todas las ventajas, y describiendo en pocas palabras los aspectos más importantes del mismo y todas las posibilidades de futuro. El periodista meneaba la cabeza con desdén. Cuando Pepe finalizó le dijo: “Sabe lo que pasa amigo, Ud. ya habló en varios lados sobre esto, yo no puedo ya promocionarlo como algo propio, no es una propuesta del programa”


Pepe entrecerró los ojos sin entender, el otro prosiguió, “En el club ya se comenta sobre su proyecto y todos saben que es todo idea e iniciativa suya, a mi no me sirve esto. Yo necesito vender cosas como si nosotros las impulsamos, tienen que ser idea mía, por desgracia no puedo hacer nada por Ud., hubiera venido antes”. Subió a su vehículo y partió raudamente.

Quedó parado en la vereda, casi sin reacción, nunca en su vida se había sentido con una sensación tan profunda de derrota y humillación. Dos hombres, de aspecto humilde lo miraban tristemente. Uno de ellos, con una sonrisa franca le extendió la mano. “Disculpe, no pude dejar de escucharlo”, Pepe devolvió el saludo. Un poco de calidez, tras tanto maltrato y frialdad, no venían mal.

Se presentaron como el Presidente y el Vicepresidente del Club “Redes del Sur” de Temperley. “Tenemos un programa de radio y difundimos nuestro trabajo. Contamos con treinta chicos carenciados a los cuales les enseñamos Básquet y estamos juntando para cambiar algunas baldosas y un caño de desagüe” le contaron. Poco a poco el interés de Pepe comenzó a crecer.

DIEZ AÑOS DESPUES...

El hombre, de un salto, alcanzó a subir al tren justo antes que las puertas se cierren detrás suyo. Era alto, desgarbado y su mirada evidenciaba una tristeza infinita. Se acomodó como pudo entre la gente apretujada y sacó de un bolsillo un arrugado diario local extendiéndolo en el suplemento deportivo. La noticia en página central era llamativa.

REDES DEL SUR A LA LIGA NACIONAL
El modesto club de Temperley alcanzó anoche una resonante victoria logrando el ascenso a la máxima categoría del Básquet Argentino. Miles de aficionados dieron la vuelta olímpica en el moderno estadio cubierto inaugurado el año anterior. En emocionadas declaraciones su presidente el Sr. José Amalficele agradeció….

El hombre alto y desgarbado perdió interés. Sus ojos fueron hacia un rincón de la hoja, a una noticia en letras muy chicas y casi escondida.

Temperley lejos de la clasificación.
El Celeste perdió de local frente a Flandria y de esta manera se alejan sus posibilidades de pelear por un ascenso a la B Metropolitana..

O QUIZAS….

Ramírez, sorprendido y emocionado leyó el proyecto y palmeó a Pepe en un hombro. “Amigo Ud. es un Celeste de Ley, no importa quienes son sus amigos, vamos ya a mi oficina y me lo explica con todo detalle”. “Carlos, llamá por favor a todos los muchachos que tenemos algo muy importante que tratar”. Ambos sonrientes ingresaron en la Presidencia.

DIEZ AÑOS DESPUES – VERSION DOS

La tapa del Diario Deportivo a todo color decía

EL CELESTE SE AFIRMA EN LA PUNTA
El campeón del torneo pasado Temperley venció a River en el Monumental y estira la ventaja sobre sus perseguidores…

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jueves, agosto 23, 2007

La Pasion no Quiebra de Carlos Algeri en formato Audiovisual

El último cuento de Carlos Algeri, reflejado en formato audiovisual para que todos puedan apreciarlo, de la mejor manera.

La Pasión no Quiebra


Si se les entrecorta, les sugiero que lo copien a su disco y lo ejecuten desde allí. Vale la pena.

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sábado, julio 28, 2007

Figuritas de Ariel Scher

Una cosa es oir hablar de un crápula y otra cosa es tenerlo enfrente. “Un crápula”, se dijo doce o trece veces El Jugador durante los doce o trece minutos que duró su encuentro con ese tipo que lo miraba con la arrogancia de los que hablan como si el mundo entrara en su ombligo y respiran soberbia en lugar de aire. “Este es un crápula”, pensó por vez catorce cuando el otro, el crápula, le soltó su último mensaje: “Hacéme caso, por algo soy un dirigente importante. Veinte mil pesos: te sale eso. Los traés, no se lo contás a nadie, yo me quedo con la plata y vos jugás en mi club. En tres meses, recuperás tu inversión. Te espero mañana. No te vas a arrepentir: yo te voy a convertir en una figurita conocida”. Al separarse, el crápula lucía una sonrisa repugnante. El Jugador, en cambio, se llevaba toda la repugnancia y nada de la sonrisa.

A un crápula se lo conoce por pocas causas. En unos casos es por error, en otros, por azar. Y en otros más, como ocurrió con El Jugador, por desesperación. Estaba agobiado y un ex compañero le había sugerido que la única salida era sentarse con ese hombre. No andaba ni en el principio ni en el final de su carrera, correcta pero sin notoriedades. En realidad, sobre todo andaba mal. Una renovación en el plantel al que pertenecía lo había dejado sin equipo, o sea sin trabajo, y ni el aprecio de algunos entrenadores ni la gentileza de los dirigentes respetables que lo conocían le permitían conseguir lo único que necesitaba: un sitio en la cancha.

Aún le retumbaba la frase final de la despedida, ese sórdido “yo te voy a convertir en una figurita”, cuando se metió en el primer subsuelo oculto, y en el segundo local extraño, y en la tercera galería inmensa del largo recorrido al que dedicó su tiempo en ese día irrepetible. Si alguien que supiera su situación lo hubiera seguido calle tras calle, habría concluido en que rastreaba lo que miles en este universo mísero: plata. Absurdo: plata para jugar y ganar plata.

A la mañana siguiente, fue a la cita en el minuto exacto, con la ansiedad mordiéndole el cuerpo y una valija colgando desde los dedos diestros. El crápula le abrió la puerta, todo lustroso, todo impecable. Y también todo sonriente, dispuesto a abrir la boca. Pero cuando estaba por largar la primera palabra, ahí, en la misma puerta, El Jugador alzó la valija, la llevó por encima de la cabeza del crápula y la abrió de un solo movimiento sobre el cuerpo del otro. Veinte mil figuritas de fútbol de todas las décadas, hermosas y ajadas, usadas o nuevas, cayeron como lluvia arriba del crápula. Veinte mil figuritas que había sumado en su itinerario del día anterior y que en alguna época habían sido difíciles o fáciles, veinte mil figuritas que guardaban las imágenes de estrellas de siempre y de estrellas fugaces, veinte mil caras de veinte mil personas que habían sido sueños hechos fútbol como él, El Jugador.

-¿Te gustan? Ahí tenés para llenar el álbum-, dijo antes de irse. Y se fue caminando feliz, mientras el crápula, asombrado, se iba hundiendo sin remedio bajo una colección de figuritas.





Publicado en la sección “De rastrón” del matutino Clarín, el domingo 17 de noviembre de 2002.
Tanto el cuento, como las figuritas del Celeste, una gentileza de Marcelo Ventieri

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domingo, julio 01, 2007

Ceremonia - En Formato Audiovisual

La siguiente es un aporte de nuestro amigo de Venezuela Luis Mazzeo y su amiga Mich, quien con mucho talento, partieron de los cuentos de Caño Celeste, Ceremonia, y de Alejandro Dolina Decadencia de la Amistad y armaron estas dos obras de arte.

Para poder ver la misma solo tienen que presionar en el siguiente vínculo




Si se les entrecorta, les sugiero que lo copien a su disco y lo ejecuten desde allí.

Vale la pena.

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jueves, mayo 31, 2007

La Decadencia de la Amistad - de Alejandro Dolina

Muchos pensadores han creido notar que, en estos tiempos, la amistad es mas un tema de conversacion que una actividad concreta.

Por cierto, es relativamente facil encontrar personas dispuestas a componercanciones sobre los amigos. En cambio es bastante dificil conseguir que esas mismas personas le presten a uno dinero. Segun parece, el sentimiento amistoso se halla en decadencia.


Todos los dias uno tropieza con canallas que lejos de preocuparse por la escasez de amigos, se jactan de ella.

-Yo, amigos, lo que se dice amigos, tengo muy pocos, o ninguno- nos gritan enla cara .

Y no advierte que el sujeto esta esperando que lo feliciten por semejante hazaña.


En los años dorados de Flores, cuando alcanzaban su apogeo la comprension,la poesia y el juego del codillo, tambien existian enemigos de la amistad que preocupaban a los Hombres Sensibles. Manuel Mandeb, el metafisico de la calle Artigas, colecciono algunas de sus obtusas opiniones en un opusculo titulado maliciosamente Los amigos.


Como yaes costumbre, transcribimos algunos parrafos. "... La amistad debe nacer en la juventud o en la infancia. Nuestros amigos son aquellos que aprenden junto a nosotros o, mejor todavia, los que viven aventuras a nuestro lado. Y por lo general, la gente aprende y vive aventuras en la juventud. Despues casi todo el mundo consigue algun empleo en casas de comercio y ya resulta imposible adquirir conocimientos nuevos o pelearse con una patota.


"...A los once o doce años, uno empieza a hartarse de la familia y encuentraque los muchachos de la esquina son mucho mas divertidos que el tio Jorge. Durante mas o menos una decada nadie estara mas cerca de nuestro corazon queesos muchachos. Y si uno quiere aprovisionarse de amigos, debe hacerlo en eseperiodo. Despues sera demasiado tarde..."


Segun se aprecia, el criterio de Manuel Mandeb es interesante y tal vez verdadero. Sucede que en cierto momento de la vida uno descubre que esta rodeado de extraños: companieros de trabajo, clientes, acreedores, vecinos y cuñados. Los amigos de verdad estan lejos, probablemente encerrados en circulos parecidos.


Algunos empecinados insisten en cultivar amistades nuevas. Los matrimonios maduros se visitan mutuamente y desarrollan palidas parodias de la amistad verdadera: se cuentan una y otra vez episodios antiguos, vividos con los amigos viejos, que ya no estan.


Cuando uno es joven no cuenta historias a sus amigos:las vive con ellos. A pesar de estas sabias reflexiones de Mandeb, existio en Flores una agencia destinada a ofrecer amistad a los solitarios.


Fue la celebre Proveeduria de Amigos de Ocasion. Sus fines de lucro eran innegables. Todavia hoy se recuerda su 'slogan' publicitario: "Tenga un amigo desinteresado. Paguelo en cuotas". Con solo acercarse al mostrador, el cliente ya notaba un clima amistoso y amplio. Los empleados sabian como atacar. -Buenas tarde. No sabes lo que me hizo esta mañana la bruja de mi mujer. Y a los treinta segundos uno se sentia entre amigos. Despues, entre palmadas,guiños, pellizcones y confidencias, los comerciantes iban mostrando el amplio catalogo de la proveeduria.


Tenian amigos silenciosos, dispuestos a escuchar cincuenta veces la historia de una operacion. Amigos complacientes, siempre amables y elogiosos. Amigos efusivos que saludaban con abrazos y se despedian a los gritos. Amigos divertidos, eruditos en cuentos picantes y expertos en bromas pesadas. Tambien se prestaba un servicio un tanto oneroso, especialmente para personas encumbradas. Consistia en el alquiler de una cohorte de adulones que acompañaban al cliente a todas partes, se reian de sus chistes, aplaudian sus ocurrencias y suscribian con entusiasmo cualquiera de sus pensamientos. Precediendo a esta comparsa, solia marchar un corneta, que abria la puerta de los bares y asomando la cabeza gritaba: -Ahi viene el doctor Del Prete...! El trabajo se hacia tan bien, que muchos de los contratantes ya no podian prescindir de el nunca mas.


Muchos profesionales del barrio extinguieron su fortuna pagando este servicio de la agencia. Un asunto que molestaba a los clientes era el rigor de los Amigos de Ocasion en sus horarios. Cuando vencia el plazo estipulado, se terminaba la amistad. Sin saludar, los contratados daban media vuelta y se iban, muchas veces interrumpiendo una carcajada o librandose bruscamente de un abrazo fraternal.


Sin embargo, hay que admitir que algunos aspectos del funcionamiento de la prooveduria eran bastante nobles. Por ejemplo, la Seccion Niños permitia que los padres eligieran a los amigos de sus hijos, sin correr riesgo alguno. Para ello se contaba con un numeroso plantel de chicos e incluso enanos, adiestrados en diferentes actitudes. Segun el gusto paterno, podian encontrarse pibes atorrantes para avivar a los pequeños pelandrunes, niños estudiosos para estimular a los adoquines, y criaturas educadas y juiciosas para serenar a los mas piratas. Desde luego, no pudo evitarse que muchos chicos se resistieran a la decision de los padres.


Asi se oian con toda frecuencia en Flores frases como esta: - Camine a jugar con los amiguitos que le alquilo su padre, caramba...! Asimismo existia un departamento para Damas, con un amplio surtido de chimentos. Algunos malintencionados decian que las mujeres no contrataban amigas, sino enemigas, pero ese es otro asunto.


El fracaso mas estruendoso fue el de la seccion Amistades Mixtas. Nada cuesta razonar que los caballeros que solicitaban amigas escondian casi siempre otras intenciones. No se espante el lector pensando que nos internaremos en un tema tan manoseado como el de la amistad entre la mujer y el hombre. Vale la pena -eso si- recordar lo que dijo Manuel Mandeb a una amiga suya, tal vez alquilada en la proveeduria. -"Vea. Yo puedo ser su amigo si usted quiere. No tratare de seducirla ni me pondre romantico ni le hare propuestas indecorosas. Pero sepa que yo necesito que exista un amor potencial. Me resulta indispensable que exista una posibilidad en un millon de que algo surja entre nosotros. Le aclaro que es probable que si se da esa circunstancia yo salga corriendo. Pero es unicamente en virtud de esa remotisima chance que yo estoy aqui oyendo su conversacion como un imbecil.


Los Hombres Sensibles nunca fueron buenos clientes de la agencia Amigos de Ocasion. Quiza porque sus presupuestos eran muy humildes. O a lo mejor porque les gustaba que los quisieran gratis. En cualquier caso, los muchachos del Angel Gris tenian un criollo pudor en estas cuestiones. Para ellos andar declarando publicamente el grado de amistad que sentian por alguien era cosa de afeminados. Manuel Mandeb pasaba largas horas en la esquina de Artigas y Moron fumando con Jorge Allen, el poeta. Muchas veces ni se hablaban. Se contentaban con saber que el otro estaba alli.


Ya en su ultima etapa, la preveeduria empezo a ofrecer viejos amigos. En un principio la idea consistia en rastrear -a pedido del cliente- el paradero de personas ausentes y lejanas. Pero como advirtieron que la tarea era demasiado complicada, resolvieron que era mas facil inventar antiguas amistades que rescatarlas del pasado. Se preparo entonces un magnifico grupo de viejos mentirosos que ante la entrada de algun candidato de cierta edad, fingian reconocerlo y le soltaban cuatro o cinco recuerdos para ir tomando confianza. Esta seccion trabajaba mucho en las cenas anuales que suelen realizar los ex-alumnos de los colegios. Su mision consistia en ir reemplazando a los fallecidos y mantener siempre firme la concurrencia. Asi, en cierta reunion de egresados del Colegio Nacional Nicolas Avellaneda,promocion 1921, se dio el curioso caso de que ninguno de los asistentes habia pisado jamas ese establecimiento, lo que no les impidio evocar a profesores,reirse de pasadas travesuras y brindar por encuentros futuros.


Con el tiempo, la actividad de la agencia fue amenguando. Contribuyo a este hecho cierta mala prensa que siempre tiene la amistad entre los espiritus escepticos. En Flores, y en todos los barrios, se contaban leyendas sobre las traiciones de los amigos y sobre las ventajas de la soledad. Todavia en nuestro tiempo hay personas que se complacen en declarar que los perros son mas leales y sinceros que los humanos. Cabe sobre esto una pequeña reflexion. Tal vez sea cierto que los perros no traicionan. Pero esto no es en realidad una virtud del animal. Ocurre simplemente, que la modica organizacion mental del perro le impide realizar procesos tan complicados como una estafa. Es decir: los perros no pueden traicionarnos, por la misma razon que no se les permite es cribir novelas.


Hoy cuando ya no existe la Agencia Amigos de Ocasion, vale la pena preguntarse si no sera necesario inventar algo para reemplazarla. Sera dificil, desde luego. Nadie podra rescatar a los amigos perdidos. Poco podra hacerse para librarnos de los desconocidos que llenan nuestro tiempo. En todo caso, cada uno de nosotros debera cuidar lo poco que tenga. Sin componer canciones ni escribir poemas. Se trata unicamente de sentarse un rato en la vereda o de matear en silencio con los que estan mas cerca de nuestro espiritu. Si uno no tiene ya a los de antes, cabe decir que tal vez existen en el mundo amigos viejos a los que todavia no conocemos.


Yo mismo, las otras noches resolvi salir de mi encierro y lleno de ilusiones me encamine a cierta esquina que conozco. Tenia ganas de fumar en silencio junto a tres o cuatro sujetos que se estacionan en ese lugar. Pensaba ademas cosechar algun guiño amistoso despues de estos años en que estuve tan ocupado. Pero algo raro debe haber sucedido, porque no habia nadie.

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sábado, octubre 14, 2006

El hombre que va a menos (boceto de una vida completa) Por Alejandro Dolina

El protagonista ha nacido con una dotación formidable. Es inteligente,
valeroso, viril y apuesto.
Sin embargo, durante toda su vida disimulará estas cualidades, tal vez por
no apabullar a los demás.
Fracasará en sus estudios por fingir desconocimiento, aún poseyendo
erudición.
Renunciará a espléndidas mujeres y se casará con una verdadera bruja.
Retrocederá ante rivales que en realidad desprecia.
Cometerá injusticias para no sentir la soberbia de ser bondadoso. Se rodeará
de amigos miserables y les hará el homenaje de parecerse a ellos.
Tendrá gustos exquisitos, pero los negará para mentir regocijo ante las
cosas más despreciables.
Una noche sentirá venir la muerte y no tendrá miedo, pero gemirá como un
maula.
Jamás recibirá recompensa ninguna en este mundo, y tal vez tampoco en el
otro.

Alejandro Dolina

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