La última materia - de Caño Celeste
Me acuerdo bien de todo, porque íbamos a jugar de visitante con Tigre, Siempre es duro ir a Victoria, pocas veces ganamos allí y pocas veces salimos sin bardo, esa vez no fue la excepción.
Con los pibes el mismo viernes a la noche armamos el operativo, la furgoneta del Tío iba a ser el medio de transporte. El Tío es el fletero del barrio, pelado, gordo y fanático del Celeste quien, casualmente, nunca tiene trabajo los días en que Temperley debe jugar de visitante. Los pibes somos los de siempre el grupito de cuatro o cinco que vamos juntos a la cancha desde que tengo memoria. Cada tanto se suma alguno, pero la barra básica, la de fierro, es siempre la misma.
De ida, todo fue joda, esa vez se nos había pegado el Cabeza. Paramos en un par de kioscos a comprar las birras y el calor y la sed fueron poco a poco desapareciendo. El boludo del Cabeza casi nos hace perder todo cuando al pasar por Garibaldi estrelló una botella contra un paredón con pintadas de los de Lomas. Salieron un par de pendejitos pero cuando vieron que éramos ocho, se calmaron y solo hicieron muecas desde la puerta de su casa. ¡mirá si se arma quilombo y nos perdemos el partido, tarado! Le grité. Nada, ni un agite con los de Lomas iba a hacer que me pierda este partido, y todos pensábamos igual, el problema es que el Cabeza, tiene solo tres neuronas, una quemada por la merca, la otra quemada por el alcohol y la tercera muerta desde que la Lily se mudó a la Capital.
Pasamos el Puente de la Noria tranquilos, nos vieron las camisetas del Cele y un gordo de lentes negros con cara de Narcotraficante Colombiano, miró adentro de la caja de la furgoneta frunciendo la trompa de ojete y se volvió dudando con sus compañeros de la taquería. El Cabeza, cuando el gordo no podía verlo se paró y se tomó los huevos. Lo sentamos de un empujón y le di un par de bifes, ¡Pará Pelotudo!, ¿qué tratás de hacer?. Atrás nuestro venían tres micros con toda la banda. Nos salvamos porque el gordo, con los otros tres policías, se olvidaron de nosotros y salieron corriendo para donde venían los demás.
Cada vez hacía mas calor, llegamos a Victoria transpirados pero contentos. Tomamos mas birras en un Super donde el Cabeza se robó unos muñequitos. El pibe que atendía se avivó pero se hizo el tonto, debe haber pensado que éramos todos chorros o algo así y se la bancó. Desde allí fuimos caminando pasando entre filas de cabezas de tortuga que nos miraban cada vez peor. En la entrada visitante te tocaban por todos lados para ver si entrabas algo. Una teñida cabaretera con uniforme de policía insultaba mal a todos los que pasaban. Miramos al Cabeza y cuando estaba a punto de largarle una guasada, lo metimos a empujones en la cancha.
Cuando llegamos, la tribuna estaba casi llena y todavía no había llegando la banda. Enfrente los de Tigre también eran miles, saltábamos gritando casi sin pensar en los crujidos de los tablones ni en el sol que nos taladraba la cabeza. Salieron los equipos y el delirio fue total. El partido fue trabado, feo, con pelotazos para cualquier parte y con pocas llegadas a los arcos. Matábamos los nervios saltando y cantando por lo que el verdadero espectáculo estaba en las tribunas. Diez minutos antes de terminar el partido, nos embocan. Mierda, No lo puedo creer!, me senté en los tablones y puse mi cara entre mis manos. Entre dos de los pibes me pararon ¡no seas amargo, hay que alentar mas que nunca!. Los metimos en un arco y en un bolonqui en el área de ellos donde no se sabía que pasaba, la pelota entró mansita al arco. Me rompí la garganta gritando el gol y me abracé con veinte tipos distintos. Uno a uno, en esta cancha de mierda, no está mal. Ya en tiempo de descuento se escapó un delantero del Celeste, rechazó un defensor de Tigre y el delantero, con el brazo, acomodó la pelota hacia adentro del área y cuando le salió el arquero, se la “picó” por arriba metiendo la pelota en el arco.
El alcahuete del línea se quedó paradito con la bandera levantada, por eso no gritamos nada, pero el árbitro, hizo el gesto de “casual” y marcó el centro de la cancha.
El Quilombo fue descomunal, nadie me puede explicar como, supongo que fue en la avalancha, terminé apretado contra el alambre a tres metros del piso, los jugadores bailaban en la cancha de frente a la tribuna mientras los de Tigre rodeaban al árbitro y volaron en el medio un par de manos. En la tribuna de enfrente, el alambre flameaba como una bandera, la cancha se llenó de policías y empezamos a escuchar los balazos de goma y las granadas de humo lacrimógeno. El Tío me agarró del hombro y me dijo “rajemos que aquí se va a armar feo”. Juntamos a los pibes y fuimos para afuera, al trote llegamos a la Furgoneta y enfilamos para la Avenida. Fue un error.
Desde una esquina aparecieron como cincuenta con palos y piedras nos rodearon desde los dos lados. Fue como una explosión el golpe repentino de decenas de piedras contra la caja y las puertas de la furgoneta. El Tío, haciendo chillar las gomas enganchó marcha atrás hasta media cuadra donde un par de autos de hinchas Celestes que habían caído, igual que nosotros en la emboscada, frenaron sorprendidos. El Tío, puso primera y se subió a la vereda, volteando un par de macetas transitó veinte metros, pasó entre una casa y un árbol rozando en ambos costados y saltó a la calle golpeando feo abajo. Los de Tigre, sorprendidos por la maniobra se quedaron parados y reaccionaron tarde, cuando empezaron a correr, ya nos habíamos escapado.
Los que íbamos en la caja golpeábamos contra el piso y el techo sin poder agarrarnos de ningún lado, los de adelante, la habían llevado peor. Al Tío le habían partido la frente con una baldosa y al Cabeza los vidrios del parabrisas se le habían clavado en veinte lugares distintos de la cara y el cuerpo.
Hicimos cuatro cuadras a fondo por esa calle sin darnos cuenta que era contramano. Los de atrás salvo por un par de machucones no estábamos tan mal, El Tío y el Cabeza, estaban bañados en sangre. Sin embargo, el Cabeza, sacó medio cuerpo afuera de la ventanilla y empezó a cantar, lo seguimos todos, el tipo estaba loco, pero en ese momento nos sacó el susto. Trataba de ordenar mis pensamientos y de golpe una frenada nos hizo rebotar de nuevo contra la parte delantera de la caja. Sentí algo caliente en la boca me toqué y vi que mi labio inferior se había partido en tres lugares distintos, también tenía cortada la encía. ¡Bajen todos! Gritó el Cabeza. Con una patada abrimos la puerta y saltamos al exterior.
El estado de la Furgoneta era para llorar. No había lugar donde no tuviera una marca de un piedrazo, los vidrios delanteros habían desaparecido, y estaban todos esparcidos dentro en el asiento delantero y en el piso, salvo por los que todavía estaban clavados en el cuerpo del Cabeza. La frenada había sido contra otro auto, que, confiado en el sentido correcto de la calle había doblado sin mirar y se había encontrado con nosotros que veníamos al taco y de contramano. En el auto venían tres tipos, de unos cuarenta años, los tres tenían puesta la camiseta de Tigre. También se bajaron.
Cuando vieron nuestro aspecto, se asustaron. Los ojos de los tres iban del estado de la Furgoneta a nuestro grupo desaforado de tipos bañados en sangre, y muy calientes. Contra lo que yo hubiera supuesto, el mas loco era el Tïo, ¡Hijos de Puta!, ¡mirá lo que me hicieron, Hijos de Puta!, ¡yo vivo de esto!, les gritaba. La cara era una máscara de sangre pero entre la misma, se veían rodar lágrimas de furia. El Cabeza tenía un aspecto que asustaba, su pantalón estaba casi intacto, pero en el resto de su cuerpo decenas de heridas sangraban a distinto ritmo, incluso en alguna de ellas todavía podía verse el brillo de la punta de un vidrio que había penetrado la carne. Saltaba y gritaba ¡vamos a matarlos!, ¡vamos a matarlos a todos!.
Dos de los tipos, hicieron lo mas prudente, dieron media vuelta y salieron corriendo. El Cabeza fue por ellos pero tras correr diez metros se tropezó y cayó rodando en medio de la calle, trató de levantarse y volvió a caer. El tercero se quedó petrificado parado con la puerta abierta, al lado del volante. Era el conductor y por supuesto, el propietario del auto. Una pequeña bandera de Tigre, colgaba del paragolpe delantero. Uno de los pibes la arrancó con furia. Quedamos el Tío y yo frente a él. Era un tipo canoso, con un bigote gris, boca bien chiquita y ojos desmesuradamente grandes y celestes. En la cara, me di cuenta que no estaba asustado, todavía tenía metido adentro el odio del final del partido, de cómo habían perdido. Nos miraba mal, como si nos quisiera pelear a todos.
El Tïo tomó una baldosa del piso y con furia la arrojó contra el parabrisas del auto. Contra lo que suponía el mismo no explotó, la piedra rebotó y cayó en la acera pero una gran rajadura de arriba hacia abajo mostraba que el vidrio, no se la había llevado de arriba. El tipo dio un paso para atrás pero con la misma expresión de furia nos miraba desafiante. Parecía que en cualquier momento iba a saltar contra nosotros. El Tío corrió a la Furgoneta y volvió con una llave cruz metálica y se abalanzó contra el hincha de Tigre. Con uno de los pibes, lo paramos. No fue fácil, era como un toro desbocado.
Cuando lo logramos controlar, su cuerpo daba espasmos de llanto y furia. ¡me mataron, guachos, me mataron!. El tipo seguía parado pero en la mirada ya no había tanto desafío, se dio cuenta que le habíamos salvado la vida. Fui hacia él y le grité ¡rajá de acá pelotudo, ustedes solo son malos de lejos y tirando piedras!, ¡Hoy zafaste, pero si te veo de nuevo, sos Historia! con toda la fuerza le escupí en el capot, una mezcla de saliva y sangre que quedó estampada como recuerdo de lo sucedido. Dos de los pibes levantaron al Cabeza y lo tiraron atrás en la caja, estaba totalmente dado vuelta. Arrancamos y nos fuimos.
Llegamos a Temperley de noche. De pasada curaron en la Salita al Cabeza y al Tïo, no era mas que algunos cortes superficiales, los cosieron y vendaron. El Tío, mucho mas tranquilo, me agradeció que lo hubiera parado. ¡Lo mataba, te juro que lo mataba, ahora estaría lamentándome con la Yuta de Tigre!. También se había tranquilizado con lo de la Furgoneta. “El cuñado de mi vecino es chapista y fanático del Cele, quédense tranquilos que para el viaje a Rosario, ya va a estar como nueva!.
A la noche, con los pibes fuimos a festejar, ¡Que partido! Hasta las tres de la mañana fueron cantos, baile y birras, todas las canciones de la cancha revivieron en ese bar. Lo sucedido después de las tres de la mañana, es bastante mas nebuloso. Recuerdo el modo en que entré en mi casa tanteando los muebles, algo que se me cayó en el baño, pero poco mas.
El sol de la ventana me pegaba de lleno en la cara cuando me desperté. No se que hora era, pero parecía cerca del mediodía. La cabeza me explotaba, sentía latidos de dolor similares al retumbar del bombo que, años atrás, golpeaba en la tribuna Huguito White. Dos a uno, ¡Que Bárbaro!, que calientes se quedaron, encima nos quisieron emboscar y nos escapamos. Me acordaba de los tipos del auto y esa mirada de frío desafío del bigotudo. ¡Tendría que haber dejado que el Tío le parta el balero!.
Me di una ducha y pensé en comer algo. Cuando volvía para mi cuarto veo los libros: DIOS!!!. Me acordé que al día siguiente a la mañana daba la última materia para entrar a la nocturna de la Capital. Me habían echado de cuarenta colegios, mis viejos ya no sabían que hacer y me amenazaron que si no terminaba este año el secundario, me mandaban a laburar. Con la matemática me rebuscaba, pero la Historia, no me gustaba nada. Las fechas, los nombres, las cosas que habían hecho, entraban en mi memoria rápidamente, pero salían de ella con la misma velocidad. No lograba hacer que todo ese menjunje tuviera algún significado, y todo lo que a mi no me importaba, me era imposible retenerlo. Era boleta.
Comí con mis viejos, escuchando los sermones de siempre. Mis ojos enrojecidos, mi aspecto desarrapado, sumada a las heridas de mi boca, las cuales supuestamente habían sido provocadas por “alguna pelea entre borrachos”, fueron los motivos para que me volvieran a torturar y a recordarme que, si no entraba en la Nocturna de la Capital, tendría que ir a trabajar a pintar casas con mi viejo. Por suerte, una cosa llevó a la otra y los gritos hacia mi, poco a poco fueron transformándose en gritos entre ellos. Salí del comedor y ni se dieron cuenta. Agarré los libros de Historia y me fui para la calle. ¡que poco me duró la alegría de ayer!.
Apunté para la plaza y pasé por la casa del Tío. Estaba en la puerta, con un vendaje que le cubría medio rostro, pero con una gran sonrisa en la cara. Cuando me vio me llamó. ¿Qué te pasa Pibe?. Le conté mi problema. ¡Uhh, Historia!, yo tenía una forma de estudiar Historia que siempre me daba resultado, pasá que te puedo dar una mano. Entré a la casa del Tïo. Vivía solo con la madre que estaba postrada en un cuarto. Cuando pasamos por la puerta, un olor rancio a baño de estación salía de esa habitación. Seguimos caminando hasta el fondo, atravesamos un patio y entramos en otro cuarto chiquito y oscuro. El Tïo levantó la persiana y algo maravilloso me rodeó. Las cuatro paredes estaban tapizadas de fotos de jugadores de Temperley de todas las épocas. Eran recortes de revistas y diarios, algunas relucientes, otras amarillentas. Centenares de rostros vestidos de Celeste me miraban. Me quedé casi sin respiración.
¡Este es mi santuario!. Abrió un pequeño ropero y decenas de camisetas celestes colgaban prolijamente. Una pila de álbumes encuadernaban las formaciones y crónicas de los partidos de Temperley de muchos años para atrás, hasta la actualidad. Su abuelo había comenzado la colección y se la había transferido. ¡ Esto es hermoso, le dije, gracias por mostrármelo, pero ¿cómo me va a ayudar esto?
Te cuento, dijo, cuando era pibe, la Historia no me entraba, pero te podía recitar de memoria las formaciones del Celeste, el recuerdo de los partidos, los hechos de los grandes dirigentes. ¿vos sabés algo de la historia Celeste?. Pensé un poco y respondí : “Si, cuando todavía me hablaba con mi viejo, el me contaba todas las historias de las grandes hazañas, y con los pibes, muchas veces las recordamos porque a ellos les pasó lo mismo”.
“Bueno, ESE es el secreto. Tenés que asociar lo que sabés de Historia Celeste, con la Historia del País”. No terminaba de entender. “Te pongo un ejemplo, ¿sabés quien fue Belgrano?, lo miré medio confundido y dije “Uno que estaba en la Primaria en un cuadro”, volvió a preguntar ¿Y Alfredo Beranger?, Si, le dije fue el Presidente de Temperley que nos llevó a Primera y que hizo que empezara el fútbol, también fue el que consiguió los terrenos donde está la cancha”.. Entonces me empezó a contar de todo lo que hizo Belgrano y me dijo “Acordate, los dos empiezan con BE, Belgrano y Beranger”.
De ahí pasamos a San Martín, otro procer cuya mayor referencia para mi era la de un milico arriba de un caballo en una estatua. El Tïo me preguntó por Luciano Agnolín, yo le respondí “¿cómo no voy a saber?, fue el máximo goleador de la Historia Celeste, hizo 130 goles en 133 partidos, un monstruo” Después me explicó quien fue San Martín y me dijo, ya tenés otro, recordá la rima San Martín, con Agnolín.
Estuvimos toda la tarde en ese cuartito y repasamos la Historia Celeste, con lo que yo tenía que estudiar. Era fácil los héroes de mi infancia, se asociaban con estos personajes que yo no entendía bien cual había sido su obra. Los goleadores fueron los patriotas, los dirigentes que habían levantado el club, los presidentes del país, las fechas patrias eran los campeonatos ganados, incluso poco a poco comencé a verle a los Realistas que combatían en las duras batallas por la Independencia una molesta casaquilla a pequeñas rayas rojas y blancas. Salí de allí convencido que mi examen iba a ser un total éxito.
A la mañana siguiente fui para el colegio en la Capital. Subí al tren eléctrico y milagrosamente logré sentarme. Comencé a repasar mentalmente todo lo que había aprendido y, me di cuenta que no sabía nada. Todo era una gran confusión. No lograba diferenciar entre si José de San Martín le había hecho siete goles en un partido a Estudiantes de Buenos Aires, o Luciano Agnolín había cruzado la Cordillera a caballo. Imaginaba a Moreno y Castelli vistiendo la Celeste abrazados festejando un gol, mientras French y Berutti, tomados del para - avalanchas alentaban y tiraban cintas y papelitos. Cerraba los ojos y veía a Panizzo con uniforme militar, espada en mano, luchando contra los realistas de Lomas. En la Reconquista de Buenos Aires, el Cabeza les tiraba aceite hirviendo a los Ingleses de Tigre, mientras se tomaba los huevos y los puteaba. Estaba perdido.
Entré al colegio transpirando era una construcción antigua y deprimente. Nos hacían pasar de a uno, como en el patíbulo. De afuera, se veía que la mesa examinadora la integraban dos profesores, uno joven y otro mas viejo. Estuve a punto de salir corriendo. Cuando ya había tomado la decisión de rajarme, escuché una voz estridente que me llamaba por el apellido, junté coraje y entré.
Me costaba levantar la mirada cuando me senté en la mesa frente a los profesores. El mas joven era apenas mas grande que yo, tenía el pelo engominado y un rostro pálido, casi sin color. Cuando vi al otro, no lo podía creer. Un tipo canoso, de boca finita y ojos desmesuradamente grandes y celestes me miraba fríamente. Nos reconocimos de inmediato y la sorpresa fue mutua. Ambos optamos por lo mismo, nos ignoramos e hicimos como si no nos conociéramos. Imperceptiblemente el tipo sacó de su bolsillo una agenda y la puso sobre el escritorio. Sobre las tapas negras un gran escudo a franjas rojo y azul no dejaban lugar a dudas sobre sus sentimientos. Saqué mi carpeta de la mochila, y la puse delante de sus ojos. Las tapas, estridentemente Celestes resaltaban con las letras doradas que decían “Gasolero Querido”. Un leve movimiento de su comisura izquierda indicaba que había hecho acuse de recibo. Las cartas estaban echadas, el tipo la iba a gozar.
A los diez minutos ya iba perdiendo cinco a uno y con baile. Me paseaban de una punta a la otra del programa y me defendía como podía, pero la mayoría eran goles. Cuando encontraba algún punto fuerte en mi memoria y comenzaba a recitar lo poco que sabía, me interrumpía y me pasaba a otro tema. El resultado estaba cantado. El mas joven, ante cada burrada mía, hacía gestos de exasperación, mientras que el otro me miraba fijo y al mismo tiempo con su dedo índice acariciaba el escudo de su agenda. Trataba de tragar saliva pero la misma no conseguía pasar por mi garganta. Súbitamente el canoso dijo: “Profesor Paruzzo, puede por favor ir a la Dirección a buscar el cuaderno de comunicaciones, yo termino con este alumno”. Me quería solo para él.
El silencio se cortaba con un cuchillo. El lo rompió, “Bueno, para terminar, hábleme de la Revolución del ‘90”. ¡De eso sabía!, los cañones de la plaza de Temperley, el tipo que había hecho quilombo como presidente ¿cómo se llamaba?, ahh como el jugador ese que jugó en los ’70 en el Celeste y en Tigre, ¿cómo era? El Negro JUÁREZ, SI!!! JUÁREZ CELMAN. La luz se me hizo en la memoria y recité todo. Esta vez no me paró. Cuando terminé, estaba con la respiración agitada.
Levantó la vista y con un gesto de furia dijo, “Una pregunta final, ¿Fue mano?”, no me pude aguantar, y dije “Grande como una casa, pero a llorar a la iglesia”. Lentamente guardó la agenda en su bolsillo, levantó la vista y me dijo. “Está aprobado”.
Me tiré en la silla hacia atrás y no lo podía creer, la sonrisa no me cabía en la cara, pero cuando le vi la expresión, se me borró rápidamente. “Ahora estamos a mano, pero en marzo nos vamos a volver a ver”, te quiero acá, con mi Bandera, de lo contrario, sos Historia”. El tipo era un turro y estaba resentido, pero tenía Códigos. Los códigos del fútbol que desde afuera muy pocos entienden, pero que todos los que estamos en el, respetamos a muerte.
Con los pibes el mismo viernes a la noche armamos el operativo, la furgoneta del Tío iba a ser el medio de transporte. El Tío es el fletero del barrio, pelado, gordo y fanático del Celeste quien, casualmente, nunca tiene trabajo los días en que Temperley debe jugar de visitante. Los pibes somos los de siempre el grupito de cuatro o cinco que vamos juntos a la cancha desde que tengo memoria. Cada tanto se suma alguno, pero la barra básica, la de fierro, es siempre la misma.
De ida, todo fue joda, esa vez se nos había pegado el Cabeza. Paramos en un par de kioscos a comprar las birras y el calor y la sed fueron poco a poco desapareciendo. El boludo del Cabeza casi nos hace perder todo cuando al pasar por Garibaldi estrelló una botella contra un paredón con pintadas de los de Lomas. Salieron un par de pendejitos pero cuando vieron que éramos ocho, se calmaron y solo hicieron muecas desde la puerta de su casa. ¡mirá si se arma quilombo y nos perdemos el partido, tarado! Le grité. Nada, ni un agite con los de Lomas iba a hacer que me pierda este partido, y todos pensábamos igual, el problema es que el Cabeza, tiene solo tres neuronas, una quemada por la merca, la otra quemada por el alcohol y la tercera muerta desde que la Lily se mudó a la Capital.
Pasamos el Puente de la Noria tranquilos, nos vieron las camisetas del Cele y un gordo de lentes negros con cara de Narcotraficante Colombiano, miró adentro de la caja de la furgoneta frunciendo la trompa de ojete y se volvió dudando con sus compañeros de la taquería. El Cabeza, cuando el gordo no podía verlo se paró y se tomó los huevos. Lo sentamos de un empujón y le di un par de bifes, ¡Pará Pelotudo!, ¿qué tratás de hacer?. Atrás nuestro venían tres micros con toda la banda. Nos salvamos porque el gordo, con los otros tres policías, se olvidaron de nosotros y salieron corriendo para donde venían los demás.
Cada vez hacía mas calor, llegamos a Victoria transpirados pero contentos. Tomamos mas birras en un Super donde el Cabeza se robó unos muñequitos. El pibe que atendía se avivó pero se hizo el tonto, debe haber pensado que éramos todos chorros o algo así y se la bancó. Desde allí fuimos caminando pasando entre filas de cabezas de tortuga que nos miraban cada vez peor. En la entrada visitante te tocaban por todos lados para ver si entrabas algo. Una teñida cabaretera con uniforme de policía insultaba mal a todos los que pasaban. Miramos al Cabeza y cuando estaba a punto de largarle una guasada, lo metimos a empujones en la cancha.
Cuando llegamos, la tribuna estaba casi llena y todavía no había llegando la banda. Enfrente los de Tigre también eran miles, saltábamos gritando casi sin pensar en los crujidos de los tablones ni en el sol que nos taladraba la cabeza. Salieron los equipos y el delirio fue total. El partido fue trabado, feo, con pelotazos para cualquier parte y con pocas llegadas a los arcos. Matábamos los nervios saltando y cantando por lo que el verdadero espectáculo estaba en las tribunas. Diez minutos antes de terminar el partido, nos embocan. Mierda, No lo puedo creer!, me senté en los tablones y puse mi cara entre mis manos. Entre dos de los pibes me pararon ¡no seas amargo, hay que alentar mas que nunca!. Los metimos en un arco y en un bolonqui en el área de ellos donde no se sabía que pasaba, la pelota entró mansita al arco. Me rompí la garganta gritando el gol y me abracé con veinte tipos distintos. Uno a uno, en esta cancha de mierda, no está mal. Ya en tiempo de descuento se escapó un delantero del Celeste, rechazó un defensor de Tigre y el delantero, con el brazo, acomodó la pelota hacia adentro del área y cuando le salió el arquero, se la “picó” por arriba metiendo la pelota en el arco.
El alcahuete del línea se quedó paradito con la bandera levantada, por eso no gritamos nada, pero el árbitro, hizo el gesto de “casual” y marcó el centro de la cancha.
El Quilombo fue descomunal, nadie me puede explicar como, supongo que fue en la avalancha, terminé apretado contra el alambre a tres metros del piso, los jugadores bailaban en la cancha de frente a la tribuna mientras los de Tigre rodeaban al árbitro y volaron en el medio un par de manos. En la tribuna de enfrente, el alambre flameaba como una bandera, la cancha se llenó de policías y empezamos a escuchar los balazos de goma y las granadas de humo lacrimógeno. El Tío me agarró del hombro y me dijo “rajemos que aquí se va a armar feo”. Juntamos a los pibes y fuimos para afuera, al trote llegamos a la Furgoneta y enfilamos para la Avenida. Fue un error.
Desde una esquina aparecieron como cincuenta con palos y piedras nos rodearon desde los dos lados. Fue como una explosión el golpe repentino de decenas de piedras contra la caja y las puertas de la furgoneta. El Tío, haciendo chillar las gomas enganchó marcha atrás hasta media cuadra donde un par de autos de hinchas Celestes que habían caído, igual que nosotros en la emboscada, frenaron sorprendidos. El Tío, puso primera y se subió a la vereda, volteando un par de macetas transitó veinte metros, pasó entre una casa y un árbol rozando en ambos costados y saltó a la calle golpeando feo abajo. Los de Tigre, sorprendidos por la maniobra se quedaron parados y reaccionaron tarde, cuando empezaron a correr, ya nos habíamos escapado.
Los que íbamos en la caja golpeábamos contra el piso y el techo sin poder agarrarnos de ningún lado, los de adelante, la habían llevado peor. Al Tío le habían partido la frente con una baldosa y al Cabeza los vidrios del parabrisas se le habían clavado en veinte lugares distintos de la cara y el cuerpo.
Hicimos cuatro cuadras a fondo por esa calle sin darnos cuenta que era contramano. Los de atrás salvo por un par de machucones no estábamos tan mal, El Tío y el Cabeza, estaban bañados en sangre. Sin embargo, el Cabeza, sacó medio cuerpo afuera de la ventanilla y empezó a cantar, lo seguimos todos, el tipo estaba loco, pero en ese momento nos sacó el susto. Trataba de ordenar mis pensamientos y de golpe una frenada nos hizo rebotar de nuevo contra la parte delantera de la caja. Sentí algo caliente en la boca me toqué y vi que mi labio inferior se había partido en tres lugares distintos, también tenía cortada la encía. ¡Bajen todos! Gritó el Cabeza. Con una patada abrimos la puerta y saltamos al exterior.
El estado de la Furgoneta era para llorar. No había lugar donde no tuviera una marca de un piedrazo, los vidrios delanteros habían desaparecido, y estaban todos esparcidos dentro en el asiento delantero y en el piso, salvo por los que todavía estaban clavados en el cuerpo del Cabeza. La frenada había sido contra otro auto, que, confiado en el sentido correcto de la calle había doblado sin mirar y se había encontrado con nosotros que veníamos al taco y de contramano. En el auto venían tres tipos, de unos cuarenta años, los tres tenían puesta la camiseta de Tigre. También se bajaron.
Cuando vieron nuestro aspecto, se asustaron. Los ojos de los tres iban del estado de la Furgoneta a nuestro grupo desaforado de tipos bañados en sangre, y muy calientes. Contra lo que yo hubiera supuesto, el mas loco era el Tïo, ¡Hijos de Puta!, ¡mirá lo que me hicieron, Hijos de Puta!, ¡yo vivo de esto!, les gritaba. La cara era una máscara de sangre pero entre la misma, se veían rodar lágrimas de furia. El Cabeza tenía un aspecto que asustaba, su pantalón estaba casi intacto, pero en el resto de su cuerpo decenas de heridas sangraban a distinto ritmo, incluso en alguna de ellas todavía podía verse el brillo de la punta de un vidrio que había penetrado la carne. Saltaba y gritaba ¡vamos a matarlos!, ¡vamos a matarlos a todos!.
Dos de los tipos, hicieron lo mas prudente, dieron media vuelta y salieron corriendo. El Cabeza fue por ellos pero tras correr diez metros se tropezó y cayó rodando en medio de la calle, trató de levantarse y volvió a caer. El tercero se quedó petrificado parado con la puerta abierta, al lado del volante. Era el conductor y por supuesto, el propietario del auto. Una pequeña bandera de Tigre, colgaba del paragolpe delantero. Uno de los pibes la arrancó con furia. Quedamos el Tío y yo frente a él. Era un tipo canoso, con un bigote gris, boca bien chiquita y ojos desmesuradamente grandes y celestes. En la cara, me di cuenta que no estaba asustado, todavía tenía metido adentro el odio del final del partido, de cómo habían perdido. Nos miraba mal, como si nos quisiera pelear a todos.
El Tïo tomó una baldosa del piso y con furia la arrojó contra el parabrisas del auto. Contra lo que suponía el mismo no explotó, la piedra rebotó y cayó en la acera pero una gran rajadura de arriba hacia abajo mostraba que el vidrio, no se la había llevado de arriba. El tipo dio un paso para atrás pero con la misma expresión de furia nos miraba desafiante. Parecía que en cualquier momento iba a saltar contra nosotros. El Tío corrió a la Furgoneta y volvió con una llave cruz metálica y se abalanzó contra el hincha de Tigre. Con uno de los pibes, lo paramos. No fue fácil, era como un toro desbocado.
Cuando lo logramos controlar, su cuerpo daba espasmos de llanto y furia. ¡me mataron, guachos, me mataron!. El tipo seguía parado pero en la mirada ya no había tanto desafío, se dio cuenta que le habíamos salvado la vida. Fui hacia él y le grité ¡rajá de acá pelotudo, ustedes solo son malos de lejos y tirando piedras!, ¡Hoy zafaste, pero si te veo de nuevo, sos Historia! con toda la fuerza le escupí en el capot, una mezcla de saliva y sangre que quedó estampada como recuerdo de lo sucedido. Dos de los pibes levantaron al Cabeza y lo tiraron atrás en la caja, estaba totalmente dado vuelta. Arrancamos y nos fuimos.
Llegamos a Temperley de noche. De pasada curaron en la Salita al Cabeza y al Tïo, no era mas que algunos cortes superficiales, los cosieron y vendaron. El Tío, mucho mas tranquilo, me agradeció que lo hubiera parado. ¡Lo mataba, te juro que lo mataba, ahora estaría lamentándome con la Yuta de Tigre!. También se había tranquilizado con lo de la Furgoneta. “El cuñado de mi vecino es chapista y fanático del Cele, quédense tranquilos que para el viaje a Rosario, ya va a estar como nueva!.
A la noche, con los pibes fuimos a festejar, ¡Que partido! Hasta las tres de la mañana fueron cantos, baile y birras, todas las canciones de la cancha revivieron en ese bar. Lo sucedido después de las tres de la mañana, es bastante mas nebuloso. Recuerdo el modo en que entré en mi casa tanteando los muebles, algo que se me cayó en el baño, pero poco mas.
El sol de la ventana me pegaba de lleno en la cara cuando me desperté. No se que hora era, pero parecía cerca del mediodía. La cabeza me explotaba, sentía latidos de dolor similares al retumbar del bombo que, años atrás, golpeaba en la tribuna Huguito White. Dos a uno, ¡Que Bárbaro!, que calientes se quedaron, encima nos quisieron emboscar y nos escapamos. Me acordaba de los tipos del auto y esa mirada de frío desafío del bigotudo. ¡Tendría que haber dejado que el Tío le parta el balero!.
Me di una ducha y pensé en comer algo. Cuando volvía para mi cuarto veo los libros: DIOS!!!. Me acordé que al día siguiente a la mañana daba la última materia para entrar a la nocturna de la Capital. Me habían echado de cuarenta colegios, mis viejos ya no sabían que hacer y me amenazaron que si no terminaba este año el secundario, me mandaban a laburar. Con la matemática me rebuscaba, pero la Historia, no me gustaba nada. Las fechas, los nombres, las cosas que habían hecho, entraban en mi memoria rápidamente, pero salían de ella con la misma velocidad. No lograba hacer que todo ese menjunje tuviera algún significado, y todo lo que a mi no me importaba, me era imposible retenerlo. Era boleta.
Comí con mis viejos, escuchando los sermones de siempre. Mis ojos enrojecidos, mi aspecto desarrapado, sumada a las heridas de mi boca, las cuales supuestamente habían sido provocadas por “alguna pelea entre borrachos”, fueron los motivos para que me volvieran a torturar y a recordarme que, si no entraba en la Nocturna de la Capital, tendría que ir a trabajar a pintar casas con mi viejo. Por suerte, una cosa llevó a la otra y los gritos hacia mi, poco a poco fueron transformándose en gritos entre ellos. Salí del comedor y ni se dieron cuenta. Agarré los libros de Historia y me fui para la calle. ¡que poco me duró la alegría de ayer!.
Apunté para la plaza y pasé por la casa del Tío. Estaba en la puerta, con un vendaje que le cubría medio rostro, pero con una gran sonrisa en la cara. Cuando me vio me llamó. ¿Qué te pasa Pibe?. Le conté mi problema. ¡Uhh, Historia!, yo tenía una forma de estudiar Historia que siempre me daba resultado, pasá que te puedo dar una mano. Entré a la casa del Tïo. Vivía solo con la madre que estaba postrada en un cuarto. Cuando pasamos por la puerta, un olor rancio a baño de estación salía de esa habitación. Seguimos caminando hasta el fondo, atravesamos un patio y entramos en otro cuarto chiquito y oscuro. El Tïo levantó la persiana y algo maravilloso me rodeó. Las cuatro paredes estaban tapizadas de fotos de jugadores de Temperley de todas las épocas. Eran recortes de revistas y diarios, algunas relucientes, otras amarillentas. Centenares de rostros vestidos de Celeste me miraban. Me quedé casi sin respiración.
¡Este es mi santuario!. Abrió un pequeño ropero y decenas de camisetas celestes colgaban prolijamente. Una pila de álbumes encuadernaban las formaciones y crónicas de los partidos de Temperley de muchos años para atrás, hasta la actualidad. Su abuelo había comenzado la colección y se la había transferido. ¡ Esto es hermoso, le dije, gracias por mostrármelo, pero ¿cómo me va a ayudar esto?
Te cuento, dijo, cuando era pibe, la Historia no me entraba, pero te podía recitar de memoria las formaciones del Celeste, el recuerdo de los partidos, los hechos de los grandes dirigentes. ¿vos sabés algo de la historia Celeste?. Pensé un poco y respondí : “Si, cuando todavía me hablaba con mi viejo, el me contaba todas las historias de las grandes hazañas, y con los pibes, muchas veces las recordamos porque a ellos les pasó lo mismo”.
“Bueno, ESE es el secreto. Tenés que asociar lo que sabés de Historia Celeste, con la Historia del País”. No terminaba de entender. “Te pongo un ejemplo, ¿sabés quien fue Belgrano?, lo miré medio confundido y dije “Uno que estaba en la Primaria en un cuadro”, volvió a preguntar ¿Y Alfredo Beranger?, Si, le dije fue el Presidente de Temperley que nos llevó a Primera y que hizo que empezara el fútbol, también fue el que consiguió los terrenos donde está la cancha”.. Entonces me empezó a contar de todo lo que hizo Belgrano y me dijo “Acordate, los dos empiezan con BE, Belgrano y Beranger”.
De ahí pasamos a San Martín, otro procer cuya mayor referencia para mi era la de un milico arriba de un caballo en una estatua. El Tïo me preguntó por Luciano Agnolín, yo le respondí “¿cómo no voy a saber?, fue el máximo goleador de la Historia Celeste, hizo 130 goles en 133 partidos, un monstruo” Después me explicó quien fue San Martín y me dijo, ya tenés otro, recordá la rima San Martín, con Agnolín.
Estuvimos toda la tarde en ese cuartito y repasamos la Historia Celeste, con lo que yo tenía que estudiar. Era fácil los héroes de mi infancia, se asociaban con estos personajes que yo no entendía bien cual había sido su obra. Los goleadores fueron los patriotas, los dirigentes que habían levantado el club, los presidentes del país, las fechas patrias eran los campeonatos ganados, incluso poco a poco comencé a verle a los Realistas que combatían en las duras batallas por la Independencia una molesta casaquilla a pequeñas rayas rojas y blancas. Salí de allí convencido que mi examen iba a ser un total éxito.
A la mañana siguiente fui para el colegio en la Capital. Subí al tren eléctrico y milagrosamente logré sentarme. Comencé a repasar mentalmente todo lo que había aprendido y, me di cuenta que no sabía nada. Todo era una gran confusión. No lograba diferenciar entre si José de San Martín le había hecho siete goles en un partido a Estudiantes de Buenos Aires, o Luciano Agnolín había cruzado la Cordillera a caballo. Imaginaba a Moreno y Castelli vistiendo la Celeste abrazados festejando un gol, mientras French y Berutti, tomados del para - avalanchas alentaban y tiraban cintas y papelitos. Cerraba los ojos y veía a Panizzo con uniforme militar, espada en mano, luchando contra los realistas de Lomas. En la Reconquista de Buenos Aires, el Cabeza les tiraba aceite hirviendo a los Ingleses de Tigre, mientras se tomaba los huevos y los puteaba. Estaba perdido.
Entré al colegio transpirando era una construcción antigua y deprimente. Nos hacían pasar de a uno, como en el patíbulo. De afuera, se veía que la mesa examinadora la integraban dos profesores, uno joven y otro mas viejo. Estuve a punto de salir corriendo. Cuando ya había tomado la decisión de rajarme, escuché una voz estridente que me llamaba por el apellido, junté coraje y entré.
Me costaba levantar la mirada cuando me senté en la mesa frente a los profesores. El mas joven era apenas mas grande que yo, tenía el pelo engominado y un rostro pálido, casi sin color. Cuando vi al otro, no lo podía creer. Un tipo canoso, de boca finita y ojos desmesuradamente grandes y celestes me miraba fríamente. Nos reconocimos de inmediato y la sorpresa fue mutua. Ambos optamos por lo mismo, nos ignoramos e hicimos como si no nos conociéramos. Imperceptiblemente el tipo sacó de su bolsillo una agenda y la puso sobre el escritorio. Sobre las tapas negras un gran escudo a franjas rojo y azul no dejaban lugar a dudas sobre sus sentimientos. Saqué mi carpeta de la mochila, y la puse delante de sus ojos. Las tapas, estridentemente Celestes resaltaban con las letras doradas que decían “Gasolero Querido”. Un leve movimiento de su comisura izquierda indicaba que había hecho acuse de recibo. Las cartas estaban echadas, el tipo la iba a gozar.
A los diez minutos ya iba perdiendo cinco a uno y con baile. Me paseaban de una punta a la otra del programa y me defendía como podía, pero la mayoría eran goles. Cuando encontraba algún punto fuerte en mi memoria y comenzaba a recitar lo poco que sabía, me interrumpía y me pasaba a otro tema. El resultado estaba cantado. El mas joven, ante cada burrada mía, hacía gestos de exasperación, mientras que el otro me miraba fijo y al mismo tiempo con su dedo índice acariciaba el escudo de su agenda. Trataba de tragar saliva pero la misma no conseguía pasar por mi garganta. Súbitamente el canoso dijo: “Profesor Paruzzo, puede por favor ir a la Dirección a buscar el cuaderno de comunicaciones, yo termino con este alumno”. Me quería solo para él.
El silencio se cortaba con un cuchillo. El lo rompió, “Bueno, para terminar, hábleme de la Revolución del ‘90”. ¡De eso sabía!, los cañones de la plaza de Temperley, el tipo que había hecho quilombo como presidente ¿cómo se llamaba?, ahh como el jugador ese que jugó en los ’70 en el Celeste y en Tigre, ¿cómo era? El Negro JUÁREZ, SI!!! JUÁREZ CELMAN. La luz se me hizo en la memoria y recité todo. Esta vez no me paró. Cuando terminé, estaba con la respiración agitada.
Levantó la vista y con un gesto de furia dijo, “Una pregunta final, ¿Fue mano?”, no me pude aguantar, y dije “Grande como una casa, pero a llorar a la iglesia”. Lentamente guardó la agenda en su bolsillo, levantó la vista y me dijo. “Está aprobado”.
Me tiré en la silla hacia atrás y no lo podía creer, la sonrisa no me cabía en la cara, pero cuando le vi la expresión, se me borró rápidamente. “Ahora estamos a mano, pero en marzo nos vamos a volver a ver”, te quiero acá, con mi Bandera, de lo contrario, sos Historia”. El tipo era un turro y estaba resentido, pero tenía Códigos. Los códigos del fútbol que desde afuera muy pocos entienden, pero que todos los que estamos en el, respetamos a muerte.
Etiquetas: Cuentos
2 Comments:
At 11:16 p. m., Anónimo said…
gracias por este relato,me hace acordar mucho a las tipicas vivencias en las canchas del ascenso siguendo al celeste.
Marcelo
At 10:49 p. m., Anónimo said…
yo no pude verlo jugar, asi que recorro siempre algo de el esto me resulto simpatico, pienso que lo que tenian en comun fueron las montañas, el nacio en mendoza, desde ya gracias por recordarlo aun, soy hija de LUCIANO AGNOLIN quien aun de largos años sige siendo el mayor goleador de acenso,les digo el tenia siempre puesta la celeste, debajo de otra camiseta.LILIANA AGNOLIN
Publicar un comentario
<< Home